Podríamos encontrar en
esos ojos una humanidad profunda y entrar en ese territorio de la magia que es
el territorio de la vida. Podríamos callar, mirarnos a los ojos y sonreírnos. Podríamos
creer que vivimos más allá de existir, a pesar de nuestro dolor…
Hay tanta grandeza en
la semilla humana… Hay tanto en nosotros esperando para ser, para fructificar,
para amar… Hay tanta humanidad esperándonos en las fronteras, esperando un
encuentro entre el Norte y el Sur, entre el Oriente y Occidente… para así encontrar
ese sol del centro del ser humano.
Hay tanto en nosotros
esperando revelarse, recrearse, fructificar. Somos semilla y a partir de ese
potencial infinito, de ese océano interior podemos re-encantar la vida. Podemos
volvernos a crear y así divertirnos y gozar.
¿Y si de pronto
pensáramos todos que el sentido de la vida es la felicidad? ¿Y si nos
atreviéramos a ser felices? ¿Cómo sería eso? ¿Cuáles serían los ingredientes de
la felicidad? ¿Si pudiéramos identificarnos con el ser que somos y no con la
sombra, la apariencia o la dependencia?
¿Y si de repente
volviéramos a ser lo que somos, auténticos, creadores de nuestros propios días?
¿Si pudiéramos entrar de lleno en ese río profundo de la vida que nos habita en
cada instante, para encontrar en su cauce, corrientes de amor?
¿Si pudiéramos
despertar ese torrente amoroso que habita en nuestra sangre? ¿Si pudiéramos
reencontrar la fuerza de nuestra propia identidad y así nos completáramos los
unos a los otros?
¿Si pudiéramos entrar
en nosotros y aceptarnos reconocernos y amarnos? Dejar de buscar a Dios en el
exterior y descubrir que estaba allí en nosotros, esperándonos en nuestro
propio corazón con su infinito potencial. ¿Si el único partido que tomáramos
fuera a favor del ser humano y nuestra única religión, la del amor, y nuestro
único método, el de la hermandad?
Descubriríamos que cada
cosa, cada evento es un maestro con el alma como aprendiz.
¿Si nos bajáramos de
los pedestales del orgullo, de la maestría y del materialismo de una vida
repetitiva y nos inventáramos la vida y regresáramos a la inocencia y ésta no
fuera una inocencia ingenua, sino consciente? Entonces, volveríamos a ser como
niños…
¿Si miráramos al dolor
y la enfermedad como un Maestro? ¿Si aprendiéramos la lección y más allá de la
culpa y más allá de la carga pudiéramos liberar la levedad de ese aprendizaje y
con esa levedad ascender?
Hay seres humanos que
creyeron en imposibles y los realizaron. Ahí está Ghandi, Simón Bolívar, la
Madre Teresa … Ahí están con la desnudez de su autenticidad. No tuvieron más
escudo que su conciencia del amor y su corazón abierto. Soñadores de imposibles
que nos demostraron que los imposibles se realizan cuando creemos en nosotros.
Cuando creemos en nosotros activamos el potencial de un Dios que no es externo,
sino que es interior, un Dios que nos acompaña y nos da su energía y su fuerza.
¿Es posible ser
felices? Sí, es posible, a pesar del dolor, pues el dolor no es lo contrario de
la felicidad. Es posible ser felices a pesar de la muerte, pues la muerte no es
lo contrario de la vida. Es posible ser felices a pesar de la tristeza, pues la
tristeza no es lo contrario de la alegría. La felicidad es ese sentimiento leve
de compasión y de aceptación que te lleva por la vía del Ser.
La felicidad es ese
sentimiento incondicional en el que tú amas porque sí, porque llueve o hace
sol; en cualquier caso, sin ninguna condición.
La felicidad sólo puede
partir de ti. No es exterior, no depende de tu economía… La felicidad no
depende de los conocimientos. El conocimiento sin corazón es destructivo. De
repente, adquieres un cáncer y descubres ese estado interior desde el cuál,
también puedes ser feliz. La felicidad es una construcción interior, parte de
un paraíso interno. El Paraíso no es ajeno, tú lo pintas y entras después en
él. Tú lo creas y lo re-creas.
En la felicidad no hay
un Dios exterior. Tú eres a imagen y semejanza de ese Creador que habla en tu
palabra, mira en tu mirada y ama con tu amor. ¿Podríamos entonces vislumbrar
nuestro camino hacia la felicidad? Sí. Ese camino es un camino de retorno. Es
un camino de consciencia. Es un camino que libera porque no está hecho de dependencias.
Nada que te ate, nada
que te amarre, nada que conduzca al poder… te lleva a la felicidad. Más poder
no da más felicidad, sino más dependencia. Más placer no constituye más
felicidad. Más vivir para los sentidos hace que pierdas el sentido. La
felicidad es un camino hacia el sentido, un sendero que empieza en tu interior
y termina en tu interior.
Tú eres el centro del
universo cuando eres consciente de ti.
La felicidad parte de
la atención que es el uso fundamental de la conciencia. Cuando estás atento, te
centras y eres dueño de ti mismo y de tu potencial. Cuando estás atento,
generas un láser con tu propia consciencia y ahí habitas y tienes el
movimiento, la vida y el ser. Cuando estás atento, construyes un espacio
interior que te conecta con el infinito. Cuando estás atento, construyes el
instante y en ese instante eres eterno. Cuando estás atento, te reconoces a ti
mismo y vuelves a nacer de ti mismo, siendo el parto y el partero; eres el
Creador, porque naces de ti y regresas a tu conciencia.
La atención es el
momento más importante de la consciencia, es el momento de la creación en el
que descubrimos el presente, es el tiempo de la sincronicidad, el tiempo de la
resonancia. Uno nace al presente por la renuncia al pasado, al deshipotecar la
vida de los condicionamientos del pasado. Tenemos la vida hipotecada con las
expectativas hacia el porvenir y entonces nos perdemos el lugar de la vida que
es este instante.
Este instante es
sagrado porque en este instante, y no en otro, vive el ser. Allí no hay tener,
allí no hay placer, allí solamente bulle el ser y ese ser es lo que somos:
potencial infinito que nos habita, Dios tan inmanente como trascendente… Ese
Dios Universal se interioriza en nosotros y convierte la vida en algo mágico.
Ese Dios nos humaniza y nos redime. Ese Dios permite que el reino mineral cante
y baile y que el reino vegetal florezca y que el reino animal pueda sentir. Ese
Dios permite que el ser humano tenga las alas del pensamiento y desde las alas
del pensamiento restaure la intuición, la visión de la totalidad. Desde esa
visión de la totalidad nos unimos de nuevo en el maravilloso Camino de Regreso
al Creador, que Es y Somos.
El primer paso a la
felicidad es la autenticidad.
La autenticidad es una
genuina identidad, una identidad única, original; es la identidad que nos hace
íntegros. La vida es creativa cuando es única. La vida es arte, se goza, se
inventa a cada momento.
Cuando eres único vives
la magia del amor. El amor no se gasta, no es repetitivo, no se fatiga, el amor
no es rutina, ni condición… Es una fuerza magnética, atractiva que te renueva a
cada instante.
Cuando te puedes
renovar a cada instante eres único. Cuando eres único, te das cuenta de que
eres importante, porque eres irrepetible y no tienes competencia posible,
porque puedes compartir, te puedes entregar sin temor a perderte y con cada
entrega te vas a renovar, te vas a completar y, además, vas a completar al otro
con tus ojos, con tu abrazo, con tu palabra, con tu silencio, con tu compañía,
con tu presencia… Así puedes disfrutar la vida. Primera clave para la
felicidad: sé como tú; no como nadie más, único, irrepetible y original.
Da tu propia nota en la
sinfonía de la creación, esa nota que es necesaria porque no hay dos seres
humanos como tú. Cuando tú no pretendes ser como nadie más que como tú,
entonces descubres esa corriente hermosa del Creador que eres, y entras en el
mundo maravilloso de tu tierra, de tu raíz, de tu savia, entras en el lugar
desde el que puedes re-nacer. Si no tienes ese útero que te está pariendo, que
es tu propia identidad, si no te aceptas, si no te amas, si no te afirmas, nada
podrás encontrar.
Autoafírmate para que
te completes, para que completes el universo.
Ello no sería posible si no te hubieras perdonado. Lo más duro en el
momento de la muerte es la culpa, no el cáncer ni el dolor. Lo más doloroso es
el miedo al más allá, al infierno de esa falsa creencia de que hay un Dios
castigador, el temor oculto de que Dios no te va perdonar. Pero Dios es amor, y
donde hay amor no puede haber juicio. El juicio está dentro de ti, el infierno
está dentro de ti y eres tú quien lo ha construido.
Sin embargo, podrías
construir un paraíso. La pregunta es: ¿cuentas contigo, te aprecias, te
valoras, te reconoces? Ese es el primer paso en el sendero de la felicidad.
Es un paso hacia el
interior. Encuéntrate contigo, en tu centro. Respira profundo y siente la
maravilla de la vida. El sol brilla para ti, los pájaros cantan para ti y el
aire y de la magia de la mañana soplan para ti. El universo celebra tu
presencia cuando tú te presentas ante ti. Entonces, descubres tu rostro, que no
es otro que el del amor, recuperas tu poder y entras en comunión. Vives en
alegría y levedad y ya no tienes el peso del cuerpo, de la culpa, del condicionamiento…
Aceptas tus luces y tus sombras.
Reconocerás la nota
clave de un corazón que nace y muere a cada instante. La muerte y el
renacimiento del corazón es la sístole y la diástole, dura un solo segundo. En
cada segundo el corazón se da entero. Si el corazón guardara una gota en cada
segundo, en una hora tendríamos insuficiencia cardiaca. Hermoso sería que
nosotros pudiéramos atender esa ley del corazón y así en cada segundo, desde tu
identidad, entregar y fructificar sin medida. Ese fruto dulce de tu vida se
hizo para dar.
Cuando ya tengas tu tierra
y tu paraíso, multiplica tus semillas, porque así, dándote, se liberan y es
dando como recibimos. Cuando nos damos descubrimos nuestra genuina identidad,
nuestra tierra, nuestro paraíso. Cuando hay un yo aparece un tú. Entre el tú y
el yo se genera un movimiento de resonancia, de comunicación coherente, de
diálogo. Surge ahí una inteligencia que representa tu capacidad de adaptarte a
la vida. No hay una inteligencia espiritual, separada de la inteligencia
molecular. Es una inteligencia dinámica y adaptativa: tu capacidad de
adaptación a la vida.
El segundo movimiento
hacia la felicidad es la adaptabilidad.
Adáptate a la vida, al
cambio, a la corriente. No te resistas pues produces calor, desgastas tu
energía. Cuando no te resistes, la vida pasa a través de ti y te refresca y te
fecunda.
Necesitas del otro para
mirarte, reconocerte, observarte en ese espejo y poder modificarte y crecer
hacia un nuevo ser. Esa nueva tierra tuya ha sido fecundada por el tú; cuando
el tú cabe en el yo, entonces surge la maravilla del nosotros. En nuestros
estudios hemos comprobado que allí donde hay más confianza en los demás: en el
vecino, en el de al lado, en el gobernante, en el empresario… allí donde hay
más confianza porque hay más transparencia y más honestidad, hay también una
mayor felicidad.
Nuestra tierra es
vulnerable y puede así germinar. Nosotros somos también vulnerables y nos
podemos adaptar. Nuestra adaptabilidad es nuestra mejor fortaleza. ¿De qué está
hecha nuestra vulnerabilidad? Está hecha de flexibilidad. No tenemos que ser
perfectos. Cuando somos auténticos y a la vez somos flexibles podemos germinar.
Cuando el propósito del alma germina, entonces nos podemos realizar.
La segunda clave es por
lo tanto humildad. La humildad es la clave del aprendizaje, sólo desde la
humildad podemos abrir nuestro corazón y sensibilizar nuestra piel, todas
nuestras pieles, la piel de nuestro campo mental, de nuestro campo emocional y
abrirla a la caricia del cosmos.
Vulnerabilidad,
humildad y flexibilidad son las claves para la nueva vida, para recuperar el
poder de servir y disfrutar. El orgullo nos impide disfrutar, porque el orgullo
nos separa. El orgullo divide y destruye el territorio de la conciencia, que es
el territorio del nosotros.
Dos movimientos pues
hasta el presente: El yo interno que nos conduce a la autenticidad y en segundo
lugar la adaptabilidad para llegarnos al tú y construir un nosotros. Ahí viene
la tercera condición para la felicidad, la más difícil de todas: la vida cambia
y todo muere. No hay nada constante. Todo muere salvo el cambio. No te resistas
al cambio. El cambio te introduce en una corriente de transformación y
transmutación que permite al Espíritu fecundarte.
El cambio es fuerza
transmutadora. No temas el caos, pues es la matriz del cambio, ni temas la
oscuridad, pues el caos y la oscuridad son reveladores de la luz. Cuando
aceptamos las transformaciones y las transmutaciones podemos ascender en la
savia de la evolución, florecer y dar nuestro fruto. Cuando nos reconocemos,
encontramos la crisis aseguradora del cambio.
Vivir es un proceso de
cambio permanente. Cuando tenemos crisis, la vida se bifurca y no vuelve a ser
la misma.
El cuerpo es un
instrumento del ser y el ser es ese proceso de cambio permanente que nos empuja
en un proceso de aprendizaje continuo… Vivir es encender un fuego interior, es
convertir el conocimiento en sabiduría que nos permite desenvolvernos en un
proceso de cambio permanente. En el presente podemos siempre aprender del
pasado. Podemos cambiar la historia aprendiendo las lecciones. Hay dos tipos de
seres humanos: los aprendices y las víctimas. Tú puedes optar por una u otra
vía. Puedes optar por dejar de ser víctima de tus creencias. Recuerda que ellas
también pueden ser dagas o cáncer, pueden ser fatales.
Tú terminas convertido
en aquello que crees de ti. Tú creas el universo en el que crees. Si tú crees
que eres culpable, te castigarás de mil maneras. Si tú crees que no eres digno,
te enfermarás. Podrías, sin embargo, mirar al pasado, con ojos de presente, de
presencia y de amor, no para quedarte en el dolor de tu pasado, sino para
aprender la lección que dejaste de aprender.
Todas las lecciones
aprendidas te ayudan a disfrutar de la Presencia que habita en tu presente. Los
problemas los podemos volver a re-vivir desde la consciencia y no desde la
culpa o el condicionamiento.
El problema no es lo
que nos pasó, el problema es cómo vivimos lo que nos pasó. Si pudiéramos dejar
el rol de la víctima, podríamos resolver esos aspectos cruciales que siguen
congelados en nosotros. La historia no es lo que pasó, sino la lectura que haces
de ella. Si no dejas ir a las cosas, éstas se siguen reflejando en tu
fisiología, en tus relaciones, en tu vida…, turbando tu felicidad.
La sensibilidad nos
puede liberar o nos puede matar. Si la abordamos desde la posición de la
víctima, se convierte en lágrimas de cocodrilo, en sensiblería y nos predispone
a la manipulación que es el terreno de la inconsciencia. Eso no es una
verdadera relación humana, pues hay posesión, chantaje… En el terreno de la
sensiblería todos somos víctima. ¡Que se acabe ese territorio de la sensiblería
y el chantaje emocional y asumamos nuestra responsabilidad!
Cuando nos duele la
vida es que nos estamos despertando. Un día nos duele la vida y la vida nos
dice que también es con nosotros y nos acerca un dolor que es un despertador.
Un día vemos la proximidad de la muerte y ella nos enseña las lecciones más
hermosas de la vida. Un dolor nos hace sensibles, nos ablanda.
Todo fruto maduro es
blando. El amor deja de ser un amor duro y dominante y casi perfecto y se
convierte en ternura, entonces vuelves a nacer. La sensibilidad nos hace
tiernos. Los viejecitos se vuelven tiernos y les cuentan cuentos a los
nietecitos. Inician el camino de regreso, el camino de regreso es la ternura.
En el seno del caos
renacemos. En el caos existe un vórtice de sensibilidad infinita que nos
permite transformarnos y emerger, y con ello llega también la felicidad. El
estado de emergencia es un estado de alerta intenso, de genuina presencia, de
éxtasis.
Se trata de un estado
en que, aún con todas las perturbaciones, te encuentras contigo mismo.
Paradójicamente, en el ojo del huracán hay una infinita paz y adquieres un
potencial infinito.
El problema no es lo
que ocurra fuera, si no lo que ocurre dentro de ti. Es posible, aún con toda la
turbulencia, que mantengas tu serenidad.
La serenidad es la paz
profunda e inconmovible del ser que te permite abordar los procesos de cambio
sin resistencia.
He ahí la tercera vía a
la felicidad: no te resistas al cambio.
Aprovecha la
oportunidad de cada crisis. Utiliza tu infinita sensibilidad. Aprovecha las
oportunidades que te brinda la vida para acceder a un nuevo potencial.
Aprovecha la bifurcación cuando la vida no vuelve a ser igual. Aprovecha las
semillas que la vida siembra en tu corazón, cuando la vida te duele
profundamente. Aprovecha el parto del caos para nacer a un orden superior y así
recrear y reinventar tu vida.
La cuarta vía a la
felicidad es la responsabilidad.
A un animal no le
podemos pedir responsabilidad, pero sí a un ser humano.
Responsabilidad es una
sensibilidad convertida en capacidad de responder. Tu evolución está
determinada por tu grado de responsabilidad. ¿A qué respondes? ¿Respondes por
tus actos, respondes por ti? ¿Respondes al dolor ajeno? La responsabilidad es
una condición esencial del amor. El amor sin responsabilidad es lo más
peligroso que hay en este mundo.
La responsabilidad hace
que el amor sea una verdadera respuesta a la felicidad. El amor es reconocer lo
esencial del otro. La responsabilidad nos permite comunicarnos y corresponder.
El amor nos lleva a un universo maravilloso de correspondencias.
Todo verdadero amor
surge de la amistad y toda genuina amistad es reciprocidad, es una vía que va
en dos direcciones. Donde hay reciprocidad hay resonancia, donde hay correspondencia
hay correctas relaciones humanas. Esa es la más maravillosa lección que vinimos
a aprender: correctas relaciones humanas. En ello somos todos aprendices.
Vinimos a aprender a
relacionarnos. No vinimos a aprender a ser ingenieros o abogados. Esos son
instrumentos para relacionarnos. El hombre es un ser relacional y vinimos
fundamentalmente a aprender relaciones humanas respetuosas, responsables,
liberadoras. No son relaciones sociales para retenernos, para poseernos, para
chantajearnos. Lo son para liberarnos y completarnos.
Así transformamos la
ecología de la Tierra, que no es una ecología externa. Lo que le pasa a la
Tierra es lo que le está sucediendo al corazón del hombre. Si yo abro mi
corazón, abro la tierra dentro de mí. Si me amo y amo a mis semejantes, amo
también a la tierra, al paisaje y la atmósfera. Y si amo con un amor puro no me
contaminaré. El resentimiento es el agente contaminante.
El amor liberador
existe en la reciprocidad responsable. Amar es dar y recibir. Hay más sabiduría
en el saber recibir. A menudo nos negamos a recibir el regalo de la sonrisa, de
la mirada del otro, por no comprometernos, por no quedar en deudas.
Necesitamos infinitas
deudas de amor como vía a la felicidad. La gratitud es esa habilidad que revela
tu propia luz.
La quinta y última vía
a la felicidad es la sencillez.
La belleza es sencilla.
Sólo lo sencillo es integro, sólo lo que es integro nos conduce a la unidad. La
sencillez es transparencia, claridad, humildad, honestidad. Nos permite bajar
del pedestal y entrar en la corriente de la gente.
Conquistar el código de
la sencillez en tu vida te lleva a ser feliz. No se trata de ser el gigante de
tus sueños, ni el enano de tus complejos… sino de entrar en la corriente de la
gente y sentirte uno con todos ellos. Conquistar el código de la sencillez en
tu vida es condición para ser feliz, porque no tienes ninguna expectativa,
porque así eres feliz con todo y a pesar de todo. Esa felicidad te hace entrar
en comunión con tu humanidad.
Estamos aquí para
conectarnos a la gran cadena de la vida, a esa gran cadena de inteligencia
cósmica, río de conciencia. Somos mediadores entre los reinos inferiores y
superiores de la naturaleza. Cuando somos sencillos reflejamos el Alma, no para
la vida eterna, sino para aquí y ahora en vivo y en directo. Ya no sólo
comunicarnos, sino fundirnos por el centro, de corazón a corazón y así entrar
en esa corriente de la evolución que pasa a través de nosotros para liberarse.
Dr. Jorge I. Carvajal
Posada
Fuente: Asociacion Internacional Sintergetica
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