Nos pasamos la vida
buscando, ya sea bienes materiales o respuestas espirituales. Pero buscar
presupone que hay algo que no está aquí ahora, lo que resulta frustrante. El
secreto es que no hay nada que perseguir. La vida es un fin en sí misma, una
gran ofrenda que hay que aceptar. Vivir el presente nos permitirá deleitarnos a
cada instante.
Vamos a la raíz: Esto
nunca nos parece suficiente. Lo que está sucediendo ahora mismo en el momento
presente es decir, esto nunca nos parece suficiente. Nos pasamos la vida
buscando, anhelando y deseando otra cosa, algo más, algo distinto a lo que
ahora ocurre. Buscando algo en el futuro que nos satisfaga, nos complete y nos
salve. Buscando respuestas¦ nos asaeteamos a preguntas hasta volvernos locos.
Jamás hemos sabido
descansar aquí, relajarnos completamente en lo que está ocurriendo. Estamos
sometidos a impulsos que nos empujan hacia un momento futuro en el que
suponemos que las cosas irán mejor. Y, como nuestra atención está tan atrapada
en el futuro como en su reflejo, el pasado, lo que ahora ocurre acaba reducido
a un medio para alcanzar un fin, un simple momento en una larga secuencia
compuesta por muchos otros momentos. Y, como nunca estamos contentos con esto,
siempre esperamos un futuro mejor.
Eso es, precisamente,
lo que llamo búsqueda. Y, en este sentido, todos somos buscadores, porque todos
estamos buscando algo. La búsqueda se expresa de muchas formas diferentes. En
el llamado mundo material, buscamos dinero, felicidad, estatus, relaciones
mejores y más satisfactorias, una sensación de identidad más fuerte. Cosas que
nos hagan sentirnos más seguros. En el mundo material es importante saber
quiénes somos, hacer que nuestra vida funcione, alcanzar nuestros objetivos y
satisfacer nuestras ambiciones. En el mundo material, es muy importante
triunfar. La búsqueda se inicia para ser alguien en el mundo, hacer algo con
nuestra vida antes de morir.
Por eso el mundo
material suele ser tan insatisfactorio y nos orientamos también hacia las
enseñanzas espirituales. Entonces, el objetivo cambia. Ahora queremos despertar
e iluminarnos. Ya no queremos un coche nuevo sino acceder a un estado alterado
de conciencia. No queremos una nueva relación sino la beatitud permanente. En
lugar del éxito mundano, queremos la iluminación; perder algo llamado ego y
trascender algo llamado mente.
Pero la búsqueda
espiritual, como la material, sigue siendo una búsqueda. Se trata del mismo
movimiento mental: orientarse hacia un futuro inexistente. Y lo que se halla en
la raíz de toda búsqueda es el “yo”. Quiero tener un millón de euros en el
banco y también quiero tener, para mí, la iluminación espiritual. ¡Yo, yo y más
yo! En el núcleo de toda búsqueda se asienta la sensación de ser una entidad
separada de la vida, separada de esto, de los demás, del mundo y de la Fuente.
En el núcleo de toda búsqueda se halla la sensación de no estar completos, de
estar fragmentados, perdidos, alienados y, en suma, alejados de nuestro
verdadero hogar.
El yo separado siempre
repite el mismo mantra: “no es suficiente”. Y esta sensación de carencia está
tan profundamente arraigada que impregna toda experiencia, es como la sensación
de no estar en casa. Algún momento estuvimos en casa, pero ya no. Y, en tanto
que individuos separados, vivimos angustiados por el recuerdo difuso de una
intimidad tan próxima que ni siquiera podemos nombrarla. Es como cuando, de
niños, nuestra madre nos dejaba solos en la habitación. Nos veíamos desbordados
por una añoranza y una nostalgia que, pese a ser inexplicables, se dirigían al
núcleo mismo de nuestro ser. Esta nostalgia parece brotar directamente de la
sensación de ser una persona separada. Pero no es nuestra madre lo que
añoramos. Lo que queremos es regresar a casa¦ regresar, en suma, a lo que
éramos antes de que todo esto comenzase.
Donde hay separación
también hay nostalgia, la nostalgia de acabar con la separación, de curar la
división, de poner fin a la sensación de contracción y de expandirnos de nuevo
en la inmensidad. Jamás hemos estado separados de la totalidad. Lo único que
existe es el sueño de esa separación. Pero siempre, a pesar de ello, hemos
estado buscando el camino de regreso a nuestro hogar. Obviamente, jamás lo
reconocimos así, porque esta añoranza se manifestó como el deseo de un coche
nuevo, de tener más dinero, de tener a ese hombre o a aquella mujer. Pero, por
mundana que fuese su manifestación, siempre hemos añorado secretamente perder
el mundo y zambullirnos en la Vida. Y entonces abriremos los ojos y nos
encontraremos, como un recién nacido, con todo esto.
Cuando el individuo
desaparece, ves esto por vez primera. Miras y te descubres sentado en una
silla. y por más que tengas la sensación de que la silla no debería estar ahí,
lo cierto es que sí lo está, y te sientes sumamente agradecido. Miras y descubres
una silla que se ofrece y te sostiene incondicionalmente y sin pedirte nada a
cambio. La silla no se pregunta quién eres, le da lo mismo quien creas ser. No
le interesa lo que hayas hecho o dejado de hacer; lo que hayas logrado o dejado
de lograr, lo que creas o dejes de creer. le da lo mismo si eres un triunfador
o un fracasado, si has alcanzado o no tus objetivos; si crees estar iluminado o
no. Le da igual tu aspecto; si estás sano o enfermo, si eres budista, judío o
cristiano, si eres joven o viejo, y si entiendes o dejas de entender. Lo único
que la silla hace es ofrecerse de manera incondicional. El mensaje es muy
sencillo y lo transmite algo tan normal y corriente como una silla. Y no solo
una silla, sino todas las cosas. Todas las cosas se ofrecen de manera
incondicional.
El secreto es este: la
vida, en realidad, no es tal. Es una ofrenda. Y esto es lo que ahora mismo nos
está ofreciendo. Nos ofrece el momento presente, todo lo que está ocurriendo
aquí, esta presencia y esta vitalidad. Nos ofrece todo un mundo aparente, lleno
de imágenes, sonidos y olores en cuyo interior no hay absolutamente nadie.
Pero, a decir verdad, tampoco hay aquí ningún mundo. Lo único que hay es esto.
Y siempre, con la misma
mirada inocente de un niño, ves esto por primera vez. Las palabras ni siquiera
pueden llegar a rozarlo. ¡Esto, para la mente, es una auténtica locura! la
mente dice: “¿pero cómo no va a haber ahí una silla? ¡Si fui yo mismo quien la
puso! ¡Fui yo quien puso en marcha todo esto!”. Pero la mente ni siquiera puede
empezar a entender la maravilla de lo que es. No hay que preocuparse por ello,
no es necesario. Porque no haya nadie que la reconozca ni la valore, la
sorpresa es, por ello, menos sorprendente.
Pero sigamos un poco
más. Mira tu respiración: inspiras y exhalas, dentro y fuera, sin ningún
esfuerzo y sin pedirte nada, absolutamente nada. La respiración también se
halla presente en tu sueño más profundo, cuando no hay nadie ahí para saberlo.
No estás ahí, pero la ofrenda sigue presentándose. Y tu corazón sigue latiendo,
bombeando sangre a todo el cuerpo, sin pedirte nada a cambio. Es una ofrenda
gratuita. Un buen día desaparecerá. El corazón dejará de latir, pero ahora está
latiendo; la respiración cesará, pero ahora respiramos. No tenemos nada asegurado,
ni otro día, ni otra hora, ni otro instante. Todo eso es algo que recibimos de
manera completamente gratuita.
Todo es gratuito. Las
sensaciones, los sonidos y hasta los pensamientos que, originándose en ningún
lugar, se disuelven en ningún lugar.
Esa es la unidad.
¿Quién hubiese pensado que eso que llamamos liberación era tan sencillo? ¿Que
se trataba, simplemente, de ver la vida tal cual es? a la mente le disgusta
este mensaje porque pone fin a su historia de control, a su futuro y a su
búsqueda. Esto le resulta demasiado ordinario… Pero, mira por dónde, es la
búsqueda de lo extraordinario lo que convierte esto en ordinario. Buscar algo
fuera de aquí ha convertido esto en algo aburrido. ¡Nos aburrimos tanto de esto
que queremos eso! ¡Nos aburrimos tanto de esto que queremos despertar de esto!
La búsqueda espiritual
siempre ha estado arraigada en el rechazo del momento presente. La búsqueda de
la vida siempre ha sido un movimiento de alejamiento de lo que es.
Si observamos a un niño
pequeño, veremos su capacidad de sorpresa ante la vida tal cual es. Pero los
adultos nos hemos alejado de esta inocencia infantil; nos convertimos en
personas serias y perdidas en la búsqueda, esforzándonos en tratar de ser
alguien, en triunfar, en que todo sea perfecto. Por eso siempre estamos tan
agotados. Pero tras esa búsqueda, no obstante, todos somos niños y seguimos
viendo el mundo por vez primera. Lo que ocurre es que estamos perdidos en el
juego de devenir. Eso es todo.
Extracto de:
Una Ausencia muy
Presente. La Liberacion en la vida cotidiana - Jeff Foster
No hay comentarios:
Publicar un comentario