El artista ucraniano Alexander Milov sorprendió y
emocionó al mundo el pasado año con esta escultura que representa a dos
personas sentadas dándose la espalda, mientras dos niños atrapados en su
interior intentan acercarse uno al otro. Es una obra que evoca las dificultades
de entendimiento y los conflictos habituales en las relaciones
interpersonales: mientras los egos compiten, se enojan, se cierran, se
distancian, se defienden, no se atreven a mostrar su vulnerabilidad… y
sufren, el niño y la niña interior anhelan
estar en contacto, se buscan para unir sus corazones desde la luz y la
transparencia de su inocencia y la pureza de un amor incondicional.
La originalidad de esta escultura reside en que
pone de manifiesto y hace visibles en un espacio público y de forma artística
dos aspectos de las personas: el adulto que somos y el niño que fuimos, nuestra
parte mental y la emocional. Al crecer, nuestra parte adulta toma el control y
deja de ver al niño, se distancia y deja de lado una miscelanea de necesidades
y sentimientos porque no sabe cómo manejarlos, lo que supone ahogar y reprimir
una parte esencial de la totalidad de la persona. Y aunque a Dios gracias no
consigue que desaparezca por completo, sí que trae como consecuencia un montón
de conflictos y luchas internas.
De una forma u otra, todos fuimos niños heridos.
Sencillamente, porque somos seres vulnerables susceptibles de ser heridos.
Muchas personas lo sienten y me preguntan qué hacer para curarse. Y yo les
digo: las heridas emocionales del niño interior se sanan
abrazándolas. Hablo de abrazarlas en sentido literal y figurado. Es necesario
un proceso de conexión con nuestro niño interior, hablar con
nuestro corazón y pedirle que nos exprese cómo se sintió, que le dolió y en que
formas fue herido o se sintió abandonado, rechazado o ascendido a un lugar de
adulto y tuvo que ser, por ejemplo, confidente del padre o la madre. Esto suele
generar y sacar a la luz un dolor que a veces es difícil de sostener a solas,
por eso es importante contar con un buen terapeuta que acoja y de cabida a
todas esas emociones.
En este proceso, es necesario llorar, gritar y dar
rienda a suelta a todo ese dolor, y desde el adulto en que nos hemos convertido
acogerlo, abrazarlo, darle permiso para protestar. Acunarlo, sostenerlo y
decirle que a partir de ahora le vamos a escuchar y le vamos a tener en cuenta,
cómo no lo fue antes por los adultos de referencia, y tampoco por nosotros
mismos. A partir de ese momento estamos en conexión, le escuchamos, atendemos y
damos eso que necesita y que le faltó en la infancia: cariño, atención, amor,
tiempo, valoración, respeto etc…
Ahora bien, no se sana al niño interior de un día
para otro. Hay heridas tan graves que precisan de un largo proceso terapéutico.
Hay que restituir el amor que faltó día a día, sabiendo que los padres no
pudieron dar más y que hicieron lo que pudieron debido a sus propias carencias
y heridas de infancia. Ahora es el momento de que cada uno se haga cargo de sus
necesidades y sentimientos y deje de añadir más dolor y/o abandono al que ha
habido hasta el momento. Uno se abraza, se escucha y se tiene en cuenta en el
día a día con ternura, comprensión y amor. En algunas ocasiones también hay que
ponerse límites y/o disciplina con amorosa firmeza. Así, dejamos de ser víctimas
y nos hacemos responsables de nuestro bienestar y felicidad, lo que garantiza
en buena medida unas relaciones adultas sanas.
Una y otra vez observo en mis sesiones de terapia
lo desconectadas que están algunas personas de su corazón. Cuando ignoramos, abandonamos
y no escuchamos al corazón no por ello deja de existir, para ser visto se hace
presente desarrollando diferentes síntomas. El corazón es nuestra esencia, la
energía vital, la creatividad, la capacidad de sentir, amar y disfrutar de la
vida. El niño y la niña que fuimos. Vivir ignorando esta parte deviene una
existencia seca y árida, carente de alma.
Es necesario unir mente y corazón, que estén bien
alineados y afinados, en perfecta armonía y cooperación. La conexión es a
través del diálogo interior. Ejercitar una mente presente y serena que escucha
amorosamente y tiene en cuenta al corazón, que apacigua y da confianza al niño
interior. Un adulto consciente y responsable que escucha sus necesidades y se
hace cargo de sí mismo, que busca su bienestar y felicidad. La verdad, no sé
qué es más difícil, si dar espacio y atender al corazón o desarrollar esa clase
de adulto.
Recuerda: todo lo que necesitas es amarte a ti
mismo.
Fuente: Ascensión Belart
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