Toma una mandarina en tus manos, pero aún no la peles. No
tengas prisa, hoy te comerás esta mandarina de manera consciente. Será el
objeto de tu atención durante esta sencilla meditación, así que deberás
resistir el impulso de pelarla y comértela en un santiamén con el piloto
automático puesto.
Observa la mandarina en tus manos, elévala y acércala a
tus ojos para poder apreciar sus detalles: su color, su brillo, su textura, sus
irregularidades, su rabito, si es que lo tiene. Fíjate en ella como si nunca
antes hubieras visto una mandarina. Tómate tu tiempo.
A continuación céntrate en su textura, estúdiala con tus
dedos. Siente su peso en tu mano, su forma. Apriétala ligeramente con los dedos
y siente cómo su piel cede a la presión. Si quieres, lánzala al aire con
suavidad y vuelve a cogerla al vuelo. Explora la mandarina a través del tacto,
sin prisas.
Ahora concéntrate en su aroma. Utiliza tu olfato para
investigar esta fruta, como si nunca en tu vida hubieras olido una mandarina.
Si quieres, puedes cerrar los ojos y observar si el olor cambia o se percibe
igual que con los ojos abiertos. Deja que su perfume entre en ti y toma nota de
cualquier pensamiento o sensación que surja.
Antes de pelarla, dedícale unos instantes a pensar en el
origen de esta mandarina. La fruta que sostienes creció en un árbol que, a su
vez, creció de una semilla que antes se originó en otro árbol. Imáginate tu
mandarina en el árbol, no importa si sabes o no qué aspecto tiene un mandarino,
juega con tu imaginación. Piensa que antes de ser una mandarina fue una flor y
que llegó a mandarina porque un insecto polinizó la flor.
Piensa que esta mandarina está aquí gracias a la tierra,
el sol, el agua y el aire que nutrieron el árbol en el que creció. Pero no te
olvides de la parte humana: esa mandarina está en tus manos porque un
agricultor la cultivó y alguien la llevó hasta el mercado en el que la
compraste. Por un momento, toma conciencia de las condiciones naturales y
humanas que han hecho posible que esta fruta llegara a tus manos.
Ahora sí, ya la puedes pelar, pero hazlo sin prisas ni
urgencias. Siente como la piel cede, dejando al descubierto el interior de la
mandarina. Toma nota de los nuevos aromas, es posible que ahora sean más
intensos. Fíjate en la diferencia entre el olor de la piel y el de los gajos de
la mandarina. Si mientras la pelas algunas gotas de jugo rezuman de los gajos,
siente su humedad en tus dedos. Cuando esté pelada, colócala ante tus ojos y
vuelve a estudiarla con atención. Ahora parece otra mandarina, ¿verdad? Ahora
está desnuda. Piénsalo, esta mandarina estaba dentro de la vieja
mandarina, solo que no la podías ver.
Con suavidad saca uno de los gajos de la mandarina y
métetelo en la boca. No te apresures, antes de morderlo, siéntelo sobre tu
lengua. Deja que ruede dentro de tu boca, como si fuera un caramelo. Siente su
textura y su sabor y, cuando quieras, muérdelo con suavidad. Mastícalo con
calma, no hay ninguna prisa. Nota el jugo de la mandarina en tu boca, la
intensidad de su sabor y cualquier sensación que surja en el campo de tu
conciencia. Intenta masticarlo entre 25 y 40 veces antes de tragarlo.
Toma otro gajo y repite el proceso. Primero juega un poco
con él en tu boca y después mastícalo con conciencia y suavidad. Continúa así
hasta que termines toda la mandarina y, entonces, tómate unos instantes para
sentir tu cuerpo y ver cómo está tu mente. Seguramente te habrás calmado y tu
mente se sentirá más ligera y silenciosa. Y es muy posible que esta mandarina
te haya sabido mejor que muchas de las que has comido en tu vida, ¿no?
Texto recogido de shiatsu-barcelona.com
Muy hermoso el proceso para lograr tomar conciencia y agradecer cada paso para tener encuenta como se dio y el beneficio que aporta a nuestras vidas al analizar profundamente lo que observamos o tenemos. Gracias Olguita
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