Casi siempre primero hay que quererlo. Como un mecánico que se
posesionara por descubrir el dispositivo que hacía que funcionara una antigua
máquina que no conoce... como un botánico que anhelara comprender cuál es el
secreto para que determinada hierba tenga virtudes curativas prodigiosas...
Hace falta, entonces, querer darnos cuenta de cómo somos. Dicen las Psicologías
de Oriente que el primer paso, antes de llegar a saber quién se es, es poder
saber cómo se es. Pero de verdad! (Pues cuando uno se concibe desde su propia
superficie presume de saber ya todo sobre sí. Oscar Wilde decía con ironía que
un humano es, en verdad, tan insondable que “sólo los superficiales se conocen
a sí mismos.”)
Para saber cómo se es, uno necesita ponerle mucha dedicación a
una tarea que requiere pasión y constancia: la de autoobservarse. Observarse a
sí mismo parece un acto del intelecto; sin embargo, no lo es: puede empezar por
allí, pero poco a poco se va convirtiendo en una actitud de vida que, además de
no ser intelectual, va siendo ejercida por otra zona del cerebro que rige las
funciones cognitivas superiores (cuya expresión es llamada, en las Psicologías Contemplativas,
“Conciencia-Testigo”). De hecho, hacer el intento voluntario y consciente de
darse cuenta va entrenando esa zona con tanta contundencia como se entrena en
un violinista el área cerebral que rige el sentido musical, o en un matemático
el que rige el cálculo numérico. Como toda gimnasia, al principio cuesta: como
dice Charles Tart (un psicólogo del enfoque Transpersonal), en la mayoría de
las personas la atención es un músculo flácido! Necesitamos fortalecerla. Así,
la diferencia en grados de conciencia entre quien procura comprender su propio
dinamismo interno y quien, en cambio, vive más como la máquina que como el
mecánico, es abismal.
De hecho, cuando nos damos cuenta de lo que hasta ese momento
no nos habíamos percatado, un sinnúmero de conexiones neuronales se modifican,
tornándose distinto nuestro concepto sobre nosotros mismos, sobre los demás,
sobre la vida. Dado que nuestro cerebro tiene una enorme plasticidad, una
increíble capacidad de rehacerse, practicar el autoobservarnos conscientemente
significa volvernos verdaderos escultores de nuestro cerebro; (por ende, de
nuestra identidad!).
Y qué significa “darse cuenta”? La expresión viene,
curiosamente, del antiguo ábaco: el viejo contador hecho con bolitas de colores
cuyo origen se remonta al Asia Menor,
mucho siglos antes de nuestra era. Hasta no hace tantas décadas se lo utilizaba
para enseñarle a los niños pequeños a contar. “Darse cuenta” es el acto por lo
cual la cuenta (la bolita) que está a la izquierda, -aún inexistente para quien
está contando-, pasa a la derecha y allí sí el contador le da existencia
nombrándola con un número. Así sucede con aquello de lo que nos damos cuenta:
siempre estuvo allí, pero sólo comienza de verdad a existir como posibilidad de
cambio cuando nos percatamos de ello (o sea... cuandolo tomamos en cuenta!).
Mientras tanto genera efectos cuyo origen no comprendemos. Una vez que “nos
damos cuenta” comienza un profundo proceso de cambio que puede durar un
instante... o toda una vida. Darnos cuenta nos provee de un poder transformador
del que carecíamos hasta que, de tanto intentarlo (como intentamos nuestros
primeros aprendizajes de niños) nos empieza a pertenecer.
Virginia Gawel