¿Qué es lo humano? ¿Qué es la
realidad? A partir de estas dos preguntas, te proponemos un viaje a través de
los tiempos para retornar a ese lugar donde se encuentran todas las respuestas.
Una de las preguntas más acuciantes
de este tiempo refiere a la preservación de nuestra humanidad en un mundo que
se digitaliza y robotiza cada vez más. Persiste la sensación de que durante la
experiencia de virtualidad hemos perdido la esencia, aquello específico que nos
constituye como una realidad diferente del algoritmo. El lenguaje coloquial
refleja esta carencia en los procesos de automatización cuando indicamos que
alguien actuó “de forma inhumana, ¡como un autómata!”.
Actualmente, la ciencia tecnológica
trabaja incansablemente con la meta de humanizar al robot, sea Siri, Alexa u
otro complejo mecanismo de inteligencia artificial. El objetivo es alcanzar un
nivel de empatía que pueda comprender nuestro rico entramado de sentimientos,
entablando un diálogo que conecte con nuestras necesidades y emociones. El
neuromarketing utiliza todos estos avances para maximizar el consumo y las
ventas. El futuro se dirige por autopistas hacia un “metaverso de experiencias
holográmicas” (Mark Zuckerberg, en declaraciones de julio 2021), donde nos
aseguran un nivel de realidad aumentada y percepción como nunca antes hemos
experimentado. Se desdibuja la frontera entre lo virtual y lo real. Alumbran en
el horizonte preguntas propias de un tiempo de cambios y nuevos paradigmas:
¿Qué es lo humano? ¿Qué es la realidad?
Ante este escenario, revive el
antiguo debate sobre aquello que nos define, lo específico. Asoma también la
idea de que lo propiamente humano consiste en la capacidad de adaptarnos y
transformarnos constantemente. El transhumanismo eleva la bandera que augura un
futuro brillante, con mejoramientos en el sujeto que brindarán de forma
inusitada bienestar y salud. Este horizonte, que incluye modificaciones con
chips y novedosos implantes en el cuerpo, promete alargar de forma inédita la
esperanza y la calidad de nuestras vidas. El transhumanismo propone un híbrido
entre el estado actual del homo sapiens como lo conocemos, y la siguiente fase
que resultará del mejoramiento robótico. Subsiste en muchos ámbitos un
desbordante entusiasmo por estos avances tecnológicos. En la historia, estos
procesos siempre han alimentado la promesa de un mundo nuevo y una nueva
humanidad, una especie de paraíso aquí en la tierra.
«El transhumanismo propone un híbrido
entre el estado actual del homo sapiens como lo conocemos, y la siguiente fase
que resultará del mejoramiento robótico. Subsiste en muchos ámbitos un
desbordante entusiasmo por estos avances tecnológicos. En la historia, estos
procesos siempre han alimentado la promesa de un mundo nuevo y una nueva
humanidad, una especie de paraíso aquí en la tierra».
El propósito de esta reflexión no es
invitarnos a regresar a la época de las cavernas, donde la naturaleza destacaba
por la mínima intervención humana en los albores del Antropoceno. Los avances
de la ciencia son un hecho y modifican nuestra cultura y manera de vivir. La
tecnología llegó para quedarse. Sí creo conveniente mostrar otra faceta de lo
que puede llegar a constituir nuestra humanidad. Y es que humano refiere a
humus, tierra. Alude a esa capa del suelo donde se puede cultivar. Humanidad es
tierra, es cultivo; vocablo de donde procede la palabra cultura. Quizá una
manera de conservar nuestra humanidad en los próximos años sea retomar nuestra
relación con la tierra. No son pocos los mitos antiguos que explican la
existencia del ser humano como alguien que proviene de la tierra, moldeado con
barro. Sabiduría ancestral vigente que nos recuerda esa dimensión concreta que
brilla por su ausencia en el mundo digital.
No sé cuál será la mejor manera de
humanizar a los robots, pero sí comparto la creencia de que un camino adecuado
para conservar nuestra humanidad en el futuro será incrementar nuestro contacto
con la tierra. Madre tierra la llaman muchos. Otros la denominan creación de
Dios.
Siempre me admiró en la infancia,
leyendo autores como Emilio Salgari o Robert Stevenson, la importancia de
esconder los tesoros en la tierra. Aventuras que describían como epopeyas el
cavar y enterrar el valioso botín de los protagonistas y bucaneros. La tierra
se presentaba allí como el lugar más adecuado para conservar nuestros tesoros.
Hoy depositamos nuestro capital en lugares virtuales. Hemos perdido la tierra
como un lugar de valor, como categoría existencial. Y al prescindir de este
vínculo, dejamos de lado algo constitutivo de nuestra propia felicidad.
Muchos movimientos y acciones abogan
en nuestros días por un salvataje del planeta, un llamado a redimirnos de
nuestra explotación hacia ella. Pero considero necesario ir más allá y
recuperar también la tierra como categoría existencial. Una dimensión estable
donde habitar, donde tener un hogar. La tierra da estabilidad al ser. Dicen que
la dicha del hombre está unida a la tierra. Muchas creencias denominan el lugar
trascendente de un más allá como “cielo”. Pero a la vez, definen a ese cielo
como una “tierra nueva”.
La pregunta por la humanización del
robot continúa abierta. ¿Será posible? Quizá sí. O quizá valga para el robot la
sentencia que, en una canción de niños, expresara un viejo cirujano ante un
pobre Pinocho malherido: “Todo esto será en vano… ¡le falta el corazón!”
Federico Piedrabuena
Fuentee: Sophia Online
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