por Francis Lucille ―
Extracto de Eternity Now (Eternidad Ahora)
Lucille Awakening
¿Cómo descubriste tu
verdadera naturaleza?
Estás preguntando
acerca de los detalles de mi caso. Antes de dártelos, tengo que advertir que el
camino para la verdad no es igual para todos. El camino del descubrimiento de
nuestra verdadera naturaleza varía de un buscador a otro. Puede ser una
experiencia repentina y dramática o un camino sutil, aparentemente gradual. La
piedra de toque en todos los casos, es la paz y el entendimiento que prevalecen
al final.
Aunque un primer
vislumbre de la verdad es un acontecimiento de proporciones cósmicas, al
principio puede pasar inadvertido pero a la vez ir realizando su trabajo en el
trasfondo de la mente, hasta que la estructura del ego se colapsa. Es como un
edificio que habiendo sido dañado por un terremoto, permanece aún en pie por
algún tiempo, pero se derrumba gradual o repentinamente unos pocos meses
después. Este efecto se debe a que el vislumbre no pertenece a la mente. La
mente, que hasta ahora era esclava del ego, se transforma en la servidora y
amante del esplendor eterno que ilumina los pensamientos y las percepciones.
Como esclava del ego, la mente era la guardiana de la cárcel del tiempo, el
espacio y la causalidad. Como servidora de la inteligencia más elevada y amante
de la belleza suprema, la mente se convierte en el instrumento de nuestra
liberación.
El primer vislumbre que
encendió mi interés por la verdad ocurrió, en mi caso, mientras leía un libro
de J. Krishnamurti. Fué el punto de partida de una búsqueda intensa que se
convirtió en el foco central y exclusivo de mi vida. Yo leía los libros de
Krishnamurti una y otra vez, así como también los principales textos de Advaita
Vedanta y Budismo Zen. Efectué cambios importantes en mi vida a fin de vivir de
acuerdo con mi comprensión espiritual. Renuncié a lo que mucha gente llamaría
una excelente carrera, porque implicaba verme involucrado como científico en el
diseño y desarrollo de armamento sofisticado para el ejército francés.
Después de pasados dos
años del primer vislumbre, ya había adquirido una buena comprensión intelectual
de la perspectiva no-dual, aunque aún quedaban por contestar algunas preguntas.
Sabía por experiencia que cualquier intento de satisfacer mis deseos estaba
condenado al fracaso. Se había vuelto claro para mí que yo era la consciencia,
y no mi cuerpo o mi mente. Esta comprensión no era algo únicamente intelectual,
un mero concepto, sino que de algún modo provenía de la experiencia; una forma
particular de experiencia, vacía de cualquier objetividad. Había experimentado
en diversas ocasiones, estados en los que las percepciones estaban rodeadas y
penetradas por la dicha, la luz y el silencio. Me parecía que los objetos
físicos eran más lejanos, menos reales, como si la realidad se hubiese
trasladado desde ellos hasta aquella luz y aquel silencio que eran el centro de
la escena. A la vez surgió el sentimiento de que todo era correcto, tal como
debería ser, y tal como de hecho siempre había sido. Pero por otra parte aún
creía que la consciencia estaba sujeta a las mismas limitaciones que la mente,
que era personal en lugar de ser de naturaleza universal.
A veces tenía un
presentimiento de su naturaleza ilimitada, más a menudo mientras leía textos
Chan o Advaita, o cuando pensaba profundamente sobre la perspectiva no-dual.
Debido a la educación que me dieron mis padres, que eran materialistas y
anti-religiosos, así como a mis estudios de matemáticas y física, era poco dado
a aceptar ninguna creencia religiosa, y desconfiaba de cualquier hipótesis que
no pudiese ser comprobada lógica o científicamente. Una consciencia universal
ilimitada me parecía una creencia o una hipótesis, pero estaba abierto a
explorar esta posibilidad. El perfume de esta ausencia de límites había sido de
hecho el factor determinante que sostuvo mi búsqueda de la verdad. Dos años
después de mi primer vislumbre esta posibilidad había tomado una posición de
primer plano.
Fué entonces cuando
sucedió el cambio radical, "el giro copernicano". Este evento, o más
precisamente este no-evento permanece solo, sin causa. La certeza que proviene
de él tiene una fuerza absoluta, una fuerza independiente de cualquier
acontecimiento, objeto o persona. Sólo se puede comparar a la certeza inmediata
de ser consciente.
Estaba sentado en
silencio, meditando en mi sala de estar con dos amigos. Era demasiado pronto
para preparar la cena, nuestra próxima actividad. No teniendo nada que hacer,
sin esperar nada, estaba disponible. Mi mente estaba libre de dinamismo, mi
cuerpo relajado y sensible, aunque podía sentir alguna molestia en la espalda y
en el cuello.
Después de algún
tiempo, uno de mis amigos inesperadamente comenzó a cantar un cántico
tradicional en sánscrito, el Gayatri Mantra. Las sílabas sagradas entraron
misteriosamente en resonancia con mi silenciosa presencia que parecía volverse
intensamente viva. Sentí una profunda nostalgia en mí, pero al mismo tiempo una
resistencia me estaba impidiendo vivir aquélla situación en su totalidad, el
responder con todo mi ser a esta invitación del ahora y disolverme en ella.
Conforme aumentaba la atracción por la belleza anunciada por el canto, así
también lo hacía la resistencia, que se iba mostrando ahora como un miedo
creciente que se transformó en un intenso terror.
En ese momento sentí
que mi muerte era inminente, y que este horrendo acontecimiento se produciría
si me dejaba ir, si continuaba acogiendo esta belleza. Había llegado a un punto
crucial en mi vida. Como resultado de mi búsqueda espiritual, el mundo y sus
objetos habían perdido su atractivo; ya no esperaba nada importante de ellos.
Yo estaba exclusivamente enamorado del absoluto y este amor me dió la audacia
para saltar al interior del gran vacío de la muerte, para morir en aras de
aquella belleza ahora tan próxima, aquella belleza que me llamaba más allá de
las palabras sánscritas.
Como resultado de este
abandono, el terror que me había atenazado liberó instantáneamente su presión y
se transformó en un flujo de sensaciones corporales y pensamientos que rápidamente
convergieron hacia un pensamiento único, el pensamiento "yo", así
como las raíces y ramas de un árbol convergen en un único tronco. En una
apercepción casi simultánea, la entidad personal con la que yo estaba
identificado se reveló a sí misma en su totalidad. Ví su superestructura, los
pensamiento que se originaban del concepto "yo", y su
infraestructura, las huellas a nivel físico de mis miedos y deseos. Ahora el
árbol entero estaba siendo contemplado por un ojo impersonal, y tanto la
superestructura de pensamientos como la infraestructura de sensaciones
corporales se desvanecieron rápidamente, dejando al pensamiento "yo"
sólo en el campo de la consciencia. Durante unos pocos momentos el pensamiento
"yo" puro, pareció vacilar, como la llama de una lámpara sin
combustible; después se desvaneció.
En ese preciso momento
desperté a mi eternidad.
Fuente: Francis Lucille
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