Todos, en algún
momento, tuvimos la sensación de que no nos alcanzan las fuerzas para seguir.
¿Cómo atravesar esa carencia? Una guía de autoobservación para detectar y
destrabar los mecanismos que agotan, sin que nos demos cuenta, nuestra reserva
energética.
Todos sabemos que
cuando un niño está subalimentado no puede tener buen rendimiento escolar. ¿Por
qué? Porque pensar requiere energía. También hemos visto, o vivido, que a
alguien recientemente operado o en rehabilitación de una enfermedad, al
principio hablar le implique un gran esfuerzo y se canse prontamente. ¿Por qué?
Porque hablar requiere energía.
“Bueno, Virginia: ¿vas
a decirnos algo que no sea obvio?”, estarás preguntándome. Procuraré ir hacia
allí: en nuestra cultura, durante los últimos años, se hace mucho hincapié en
que consumamos energizantes. Bebidas energizantes, barritas de cereales
energizantes, ejercicios energizantes… Y parte de ello (no todo) con frecuencia
es saludable. Sin embargo, poco se nos dice acerca de cómo no desperdiciar
energía. Me refiero a esto: cada uno de nosotros tiene ciertos hábitos
psíquicos muy concretos que nos hacen perder energía innecesariamente,
dejándonos muchas veces en situación de carencia.
¿Y qué pasa cuando
estamos carentes de energía? No sólo podemos sentirnos agotados, desganados,
sin fuerza. Hay personas que lo que experimentan es un tremendo acelere: en vez
de estar lentas y cansinas, transitan por la vida crispadas, apuradas, sin
poder siquiera respirar adecuadamente, y desde ese estado sienten que pueden
hacer y hacer y hacer, siempre un poco más. Caerán en el agotamiento mucho más
tarde que el que se siente más prontamente cansado, pero su caída puede ser
mucho más peligrosa.
¿Qué nos pasa cuando
estamos acelerándonos mientras nos falta combustible? Con frecuencia estamos
utilizando “combustible de emergencia”. Ese plus de energía es una reserva
natural que nuestro sistema tiene para situaciones extraordinarias: tener que
recuperarse de una enfermedad, huir ante algo peligroso… sobrevivir. Por eso
cuando la usamos para ese acelere, estamos gastándonos algo muy precioso para
fines muy rústicos.
La Psicología
Transpersonal tiene un concepto que amo: Maitri (que, entre otras definiciones,
se describe como “amistad incondicional consigo mismo”, e invita a un profundo
cuidado de sí). Desde la práctica de Maitri, necesitamos prestar atención muy
puntualmente a este tema con cuatro preguntas:
→¿Estoy recargando mi
sistema de energía a través de medios saludables? Es decir: buen descanso,
contacto con la Naturaleza, momentos de no-obligación, alimentación e
hidratación saludables, recreación mental cuando estamos abrumados…
→¿Estoy forzando mis
mecanismos internos, convirtiendo mi agotamiento en un sobreuso de mi cuerpo,
mi mente, mi sentir? De hecho, al colapso que este forzamiento puede producir,
antiguamente se le daba un nombre glamoroso y en francés: surmenage. ¡Y sus
consecuencias pueden ser muy severas!
→¿Estoy “empastando mis
engranajes” con toxinas que los ensucian? Vale para los planos mental,
emocional o físico. Desde sobrecarga de información a vínculos que enferman,
hasta comida “chatarra”.
→¿Estoy gastando
pequeños quantums de energía en hábitos de identidad que la drenan inútilmente?
Me detengo
especialmente en este último punto para que todos los que hayamos llegado hasta
este punto podamos dedicarnos a auotoobservarlos: el esfuerzo por producir
determinada impresión. Éste es un drenaje de energía casi universal. Para
adaptarnos a la vida, cada uno de nosotros desarrolla determinados atributos en
su manera de ser y, en la medida en que nuestro instinto los siente eficaces (o
sea, en la medida en que, efectivamente, vamos sobreviviendo), se cristalizan
actitudes fijas que nos restan flexibilidad ante los eventos vitales. Para
afirmar nuestra identidad buscamos de distintas formas que los demás se lleven
una determinada impresión sobre nosotros, y el cultivo de esa impresión en el
otro (¡y en nosotros mismos!), implica una enorme inversión de energía.
Así, cada uno de
nosotros tiene su propio repertorio. Recién cuando comenzamos a darnos cuenta,
podemos advertir la enorme cantidad de energía (pensamiento, emoción,
comportamiento) que estas acciones consumen. Querer siempre complacer a todo el
mundo con una sonrisa “amable”, ser “el duro” que intimida a todos, encarnar a
“la que se arregla sola” y nunca pide ayuda, “el que siempre sabe escuchar”, la
que sin excepción “está impecable”, el que “pone a todo el mundo en su lugar”
en una familia, ser “la sacrificada” que nunca espera nada de nadie… Cada uno
de estos mecanismos drena vida sobre todo porque, si han sido automatismos de
supervivencia, tienen dos cualidades: son exagerados (aunque no lo sintamos
así) e inflexibles, invariables (es decir, no podemos no hacerlos: nos salen
“solos” y no sabríamos cómo ser si no somos así).
Trabajar sobre esos
patrones rígidos es un camino concreto hacia la conservación de un enorme
quantum de energía que empieza a quedar libre para que seamos libres.
¿Comenzamos a autoobservanos juntos? Acompañémonos, entonces…
Virginia Gawel
Fuente: Sophia
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