BAJANDO DEL PEDESTAL

 

BAJANDO  DEL  PEDESTAL

Vislumbrar la propia identidad

 

Hoy es un día distinto. Llueven emociones dispersas y tormentosas. El cielo se encuentra casi despejado. Todavía rondan nubes grises y cargadas. Hoy, sintiéndome ligera como ellas, me hago consciente de mi peso.

 

Siempre había pensado que al ponerme en el lugar del otro podría cargar mi mochila con sus fatídicas vivencias, con sus equivocaciones y errores. Me construía con trozos, con migajas de los demás.

 

Construí un personaje con un papel, con un guión a seguir. Me había sumergido tanto en este rol que nunca había podido vislumbrar mi identidad.

 

Creé un muro sólido y consistente que me protegía, y miraba a los demás por encima de ese muro con miedo, para que nadie pudiera reconocerme de verdad.

 

Hoy he bajado de ese pedestal, y he recibido un regalo.

 

La vida quiso durante mucho tiempo entrar en contacto conmigo, pero yo nunca la podía escuchar porque no estaba presente.

 

Hoy se expresa gritando, y lo hace a través del dolor.

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Hoy susurran voces en mi mente con ecos de pasado, y me incitan a caer de nuevo en mi lejana y muerta representación.

 

Hoy he roto el hilo que me mantenía en el olvido de la vida.

 

Cuando piensas que puedes ayudar de alguna forma, te equivocas, sobre todo si tú misma no te has ayudado antes, o no estás preparada para hacerlo. Es el reconocimiento de ser humilde con uno mismo y renunciar a lo que no puede ser. Supongo que esto es otra forma de protegernos de forma sana y segura.

 

Ahora tengo la sensación de no retroceder, de quietud. Se desdibujan pautas emocionales, autoconsuelos tramposos de llantos desconsolados.

 

Hoy he mirado mi mano a través de una vela. He sentido su calor, su luz, su olor, su color…

 

Y lo que más me conmovió fue observar que al acercar mi mano hacia ella, las dos teníamos el mismo tono de luz, como si ella hubiera entrado en mi mano, como si alumbrara desde dentro.

 

Por un momento sentí una palpitación de ritmos repartidos por todo mi cuerpo.

 

No presentía a ningún personaje. Tan sólo me rodeaba un silencio protector que rondaba mi cuerpo. En ese preciso momento tuve la certeza de que allí había alguien más. Lo observé de una forma curiosa y extraña, como si jamás lo hubiera visto antes.

 

Observaba todo como si fuera nuevo, desconocido, inquietante y a la vez hermoso. Y no había cabida para el temor, el gran ausente, por fin. Únicamente esculpía con mi mirada un nuevo ser que renacía después de un baño, y que era, y es, yo misma.

 

                                 Nerina Ferrara

 

Fuente: Tu Mismo

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