Educar para rendir,
para sobrevivir, para competir, para el éxito.
O Educar para educar, para aprender, para ser… para la felicidad.
Si nuestra educación
tuviera corazón, si pudiéramos salir del docto analfabetismo emocional y el
barniz de los conocimientos no ocultara la esencia de la conciencia, a lo mejor
seríamos ya una mejor humanidad.
Educar es enseñar, pero
no se enseña realmente si no se desaprende.
El aprendizaje libera, descondiciona. Renueva. Mas que una armadura de
conocimientos, que en la práctica llevan al desconocimiento del ser, el
aprendizaje es un modo de esculpir y renovar
constantemente la materia prima de nuestra vida, que incluye tanto el
cuerpo como la emoción y el pensamiento.
Educar no es capacitar
para repetir, ni siquiera para pensar, que ya las máquinas lo harán mejor que
nosotros. Se educa para vivir, asumiendo que el sentido mismo de la vida es la
felicidad, y que se puede ser feliz
cuando la vida fluye, se reinventa, se recrea. Una educación humanista implica
acceder a una humanidad en constante ascenso con toda la naturaleza.
Estamos repletos de
explicaciones y de códigos que para nada nos implican, generando aplicaciones y
protocolos desprovistos de la verdad subjetiva en la que también vivimos. Más que explicaciones y aplicaciones sin la
esencia medular del corazón y el sentimiento, la educación que se pretenda
humanista es liberadora de lo mejor del potencial único que reside en cada ser humano para completar
la sociedad que lo necesita. Para ello, no son suficientes conocimientos y
destrezas, es necesario que ambos sean cualificados por el sentir, que aporta
una cualidad única al aprendizaje.
Aprender a aprender y
desaprender, aprender a conocer y a conocerse, aprender a amar, aprender a
implicarse para proyectar lo mejor de nuestro ser en nuestro hacer, ese sería
el sentido de una educación que trascienda los intereses creados por una
maquinaria programada por una ingeniería de producción sin corazón.
Las cifras son
engañosas. La amplia cobertura no es suficiente, la educación
transculturalizada homogeneizadora barre con la magia de lo individual, de lo
personal, de lo creativo y único de cada cultura y de todo individuo. Detrás de
la educación sesgada por los intereses de un poder continuista, viene la deformación
de lo que es genuinamente humano, para alimentar una maquinaria productiva que
termina por favorecer ese analfabetismo emocional masivo que es hoy en caldo de
cultivo para todos los extremismos y los populismos.
Este tipo de educación
para mantener estructuras productivas se basa en protocolos que impiden pensar
y alientan la repetición de la mediocridad. De los avances macroeconómicas nos
dirigimos vertiginosamente hacia el aumento de la brecha entre ricos y pobres.
Una educación para competir, que no para exaltar la propia competencia, nutre
el fenómeno engañoso de una macroeconomía boyante mientras la economía
distributiva hace más ricos a los ricos, más pobres a los pobres, impide la
creatividad y la emergencia, y paraliza la dinámica social del cambio, cuya
fuerza reside en la clase media. Sin medio, sin centro, sin corazón, la
sociedad queda condenada a la autoextinción, por la lucha sin cuartel entre los
extremos.
El mundo del futuro
tendrá sin duda la magia de la robótica y la inteligencia artificial. Pero estas no podrán ser el ingrediente
principal de un aprendizaje que, a la escala de lo humano, implica tanto el
desarrollo de la inteligencia cognitiva como de la inteligencia emocional y la
social, condiciones para que cada persona de su nota original.
Razas, culturas y
civilizaciones son afluentes de una gran corriente que irriga la tierra de la
unidad, nutriendo las semillas de la diversidad. En ese sentido, la educación
será una fuerza catalizadora del proceso continuo de expansión de la conciencia
individual y colectiva, o quedará convertida en una corriente para programar,
alienar y deformar, dando al traste con la propiedad más acabada y propia del
ser humano: su creatividad.
Una educación que nos
ayude a pensar, a concebirnos, a conocernos y reconocernos en las relaciones
con nosotros y con el mundo, nos implicará a todos y nos hará partícipes del
proceso continuo de creación que es la evolución. Este tipo de educación nos llevará
a una libertad con responsabilidad, condición esencial para la expresión del
potencial del alma humana. Será una educación para la felicidad.
Dr. Jorge I. Carvajal
Posada
Fuente: Sintergetica
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