Como tantas otras veces
el diccionario etimológico me vuelve a ayudar a comprender la realidad. Quizás,
porque muchas palabras nacieron de fuentes de sabiduría colectiva y
transparentan, para el que sabe ver, conocimientos profundos que, por
evidentes, están escondidos.
Las palabras son dos:
“plantear” y “replantear”.
Enseguida iré a ellas,
pero primero quiero, justamente, plantear el tema central que anhelo
compartirles: me refiero a cuando la vida cambia las reglas del juego y ya no
sabemos entonces cómo seguir jugando, porque no comprendemos las nuevas
variables: neblinosas, confusas, amenazantes, siniestramente manipuladas…
Puede suceder en una
amistad, en una pareja, en una sociedad. Las cartas que tenemos en la mano son
de las antiguas barajas españolas y el juego venía siendo alguno de los que
esas cartas permiten disfrutar… Pero, de pronto, daría la impresión de que
ahora no solo es otro el juego, sino que las barajas que tenemos tampoco
sirven, pues el nuevo juego requiere tener cartas de póker y nosotros estamos,
entonces, inesperadamente, con las barajas equivocadas para un juego que ya no
es.
La incertidumbre se
apodera del escenario, la ansiedad parece ser la única respuesta. De pronto,
quedamos inscriptos dentro de una locura: todos corren con su mazo de barajas
para ver en qué mesa se juega el juego que antes estaban jugando.
Al menos, en la
situación que quiero describir, ése es el problema: no es que en alguna otra
mesa se siga jugando nuestro juego; es que han cambiado las cartas, y con ello,
las reglas, la realidad.
Barajar y dar de nuevo
En ese punto de
inflexión se hará necesario que nos demos cuenta de algo: necesitamos renunciar
a la manera que teníamos de ver las circunstancias (nuestra profesión, nuestro
país, nuestra pareja, nuestro modo de vivir).
No se asusten, por
favor, de esa palabra. Renunciar puede ser una bendición, si lo que nos pasa es
que estamos aferrados a algo que ya no es. En ese caso, renunciar es
re-enunciar: volver a enunciar. Volver a enunciar quién soy, qué destino quiero
cumplir, si quiero inventar un juego propio con las viejas barajas que tengo y
ver si alguien quiere sumarse, o bien jugar a uno de los más antiguos juegos:
el solitario (¡qué gran nombre le pusieron!).
O quizás considerar si
quiero cambiar las viejas barajas por las de póker, sumándome al juego
imperante… O si prefiero, radicalmente, tirar las viejas cartas a la basura,
rechazar las que el sistema o el otro buscan imponer y asumir que la vida no me
está dando aquello que yo pensé que obtendría por el camino que elegí.
Entonces, quizás, la
nueva elección implique desestimar toda baraja, descalzarnos los pies y salir a
correr por el prado verde, o lanzarnos en un velero hacia la mar desistiendo de
todo antiguo juego y de toda imposición no elegida.
Y aquí viene lo de
“replantearnos”: el diccionario etimológico nos dice que “plantear” significa
trazar, proponer un plan y viene de “planta” = “parte del pie que toca el
suelo”. ¡Claro! Allí nos afirmamos; allí definimos nuestro plan, nuestro mapa
de qué destino podríamos construirnos con lo que la vida nos dio y con lo que
no nos dio. Ya no nos quedamos entumecidos en la espera de lo que nunca llega:
tomamos lo que sí hay y con ello edificamos algo hermoso (con frecuencia aun
más hermoso que lo que imaginábamos crear con lo que queríamos que la vida nos
diese).
Eso es replantearnos
nuestro destino: poner las plantas de los pies en otro lugar, firmes y presentes,
decididos y bien dispuestos.
Cambiar nuestro
proyecto de vida, cuando se da de esta manera, implica el desarrollo de una
gran flexibilidad que nos quedará como patrimonio interno para siempre. Así
como trasplantar una mata con flores suele generar la pérdida de hojas y hasta
de frutos, el definir otro plan de vida puede generarnos cierto padecimiento al
inicio del nuevo tiempo. Saberlo posibilita no desalentarse (como si un
jardinero nos advirtiera no temer que la planta parezca morirse cuando se la
mude, pues eso puede suceder, aun cuando se la trasplante hacia un lugar más grande,
más bello, con más aire).
Los cambios suelen
tener esos costos pero, en general, bien vale la pena pagarlos.
Cabe recordar, para
finalizar, aquel pensamiento de Nehru, discípulo de Gandhi: “La vida es como un
juego de naipes: las cartas que te tocan son tu determinismo, pero el modo en
que las juegas son tu libre albedrío”.
¿Te ha sucedido algo de
esto que estoy describiendo? ¿Te está sucediendo ahora? Si quisieras contármelo
lo recibiré con actitud de aprendizaje. Mientras tanto, te convidó un breve
video que filmé hace muy poquito y que se vincula con este tema, titulado “Lo
que la vida no nos dio”. ¡Acá va, espero que te sea de buena compañía!
Virginia Gawel
Fuente: Sophia
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