LA RESPONSABILIDAD
Hay hombres que va en
contra de la existencia y no siente ninguna responsabilidad.
Cuanto más entro en
meditación, más responsable me siento de mí mismo y de la situación existente
en todo el mundo. ¿Cómo es posible?
Es lo mismo, se trata
de la misma pregunta. Cuanto más seas tú mismo más responsable te sentirás del
mundo porque te estás convirtiendo en parte del mundo, no estás separado de él.
El hecho de ser tú mismo implica una tremenda responsabilidad, pero no es una
carga. Es una alegría poder hacer algo por la existencia.
La existencia ha hecho
tanto por ti que no hay forma de devolvérselo. Pero hay algo que puedes hacer.
Será muy pequeño en comparación con lo que la existencia ha hecho por nosotros,
pero demostrará nuestra gratitud. La cuestión no reside en si es mucho o es
poco; la cuestión está en que es nuestra oración, nuestra gratitud, y nuestra
totalidad está implicada en ella.
Sí, ocurrirá: cuanto
más seas tú mismo, más sentirás responsabilidades que no habías sentido antes.
Esto me recuerda... En
vida de Mahavira, el más importante de los filósofos Jainas,..., él va
peregrinando de pueblo en pueblo con su discípulo más cercano, Goshalak. Y la
cuestión que están discutiendo es la siguiente: Mahavira insiste en que «tu
responsabilidad hacia la existencia muestra en qué medida has alcanzado tu
auténtica realidad. No podemos ver tu auténtica realidad, pero podemos ver tu
responsabilidad.»
Mientras van caminando
se encuentran con una plantita. Y Goshalak, que es un lógico, arranca la planta
y la tira. Era una planta pequeña con una raíces también pequeñas. Mahavira
dijo: «Eso es una irresponsabilidad. Pero no se puede hacer nada contra la
existencia. Puedes intentarlo, pero te devolverá el disparo.»
Goshalak dijo: «¿Qué
puede hacerme la existencia? He arrancado la planta; ahora la existencia no
puede devolverle la vida.»
Mahavira se rió.
Entraron en la ciudad y se dispusieron a mendigar su comida. Después de comer
volvieron a pasar por el mismo lugar y se quedaron sorprendidos: la planta
había vuelto a enraizar. Mientras estaban en la ciudad había comenzado a llover
y las raíces de la planta, con ayuda de la lluvia, volvieron al suelo. Las
raíces eran pequeñas, hacía viento y el viento ayudó a la planta a mantenerse
en pie.
Para cuando volvieron,
la planta ya estaba en su posición normal. Mahavira dijo: «Mira la planta. Te
dije que no puedes hacer nada contra la existencia. Puedes intentarlo, pero eso
se volverá contra ti, porque te separará cada vez más de tu existencia. No te
acercará más a ella. Simplemente mira la planta. Nadie podría imaginar que esto
iba a ocurrir, que la lluvia y el viento juntos iban a conseguir que volviera a
enraizar. Va a vivir su vida. Nos parece una planta pequeña pero es parte de un
vasto Universo, de una vasta existencia, del mayor poder que existe.»
Y Mahavira dijo a
Goshalak: «Desde este momento nuestros caminos se separan. No puedo permitir
que viva conmigo un hombre que va en contra de la existencia y no siente
ninguna responsabilidad.»
Toda la filosofía de la
no-violencia de Mahavira puede expresarse mejor como una filosofía de
veneración de la existencia. La no-violencia es simplemente parte de ella.
Es algo que seguirá
ocurriendo: cuanto más te encuentres a ti mismo, más responsable te sentirás de
cosas que nunca antes te habían importado. Haz que ese sea tu criterio: cuanto
más responsable te sientas de la gente, de las cosas, de la existencia, más
tranquilo puedes sentirte porque estás en la pista adecuada.
LA SENSIBILIDAD DE RAS
BIHARIDAS
Uno de mis profesores
universitarios, el doctor Ras Biharidas -que era un anciano- había vivido toda
su vida solo porque se sentía tan contento y tan alegre consigo mismo que nunca
necesitó a nadie.
Era el director del departamento,
por lo que tenía un gran bungalow, y vivía solo en él. A medida que nos fuimos
conociendo se fue mostrando muy amoroso conmigo, era como un padre. Me dijo:
«No hace falta que vivas en una residencia, puedes venir a vivir conmigo. Toda
mi vida he vivido solo...». Solía tocar el sitar; quizá mejor que ninguna otra
persona a la que yo haya oído, y eso que he oído a los mejores. Pero nunca lo
tocaba para entretener a la gente, solo tocaba por pura alegría.
Y tenía unos horarios
que nadie habría imaginado...; solía tocar el sitar todos los días a las tres
de la mañana, y había estado tocándolo durante setenta años. Las dificultades
surgieron desde el primer día porque yo solía leer hasta las tres de la mañana
y después me iba a la cama, justo cuando a él le llegaba la hora de despertar.
Y esto era una molestia
para ambos porque a mí me encantaba leer las cosas que me gustaban no en
silencio, sino en voz alta. Cuando únicamente lees con los ojos solo puede
haber una conexión parcial. Pero cuando lees poesía en voz alta entras en ella,
por un momento te conviertes en el poeta. Te olvidas de que es la poesía de
otra persona y se convierte en parte de tu sangre, de tus huesos, de tu
tuétano.
Naturalmente le costaba
dormir. Y cuando yo iba a dormir a las tres también me costaba caer dormido. Él
estaba tocando sus instrumentos eléctricos: la guitarra, el sitar, y demás
instrumentos, muy cerca de mí, justo en la habitación de al lado. En dos días
ambos estábamos cansados de la situación.
Él me dijo: «Quédate a
vivir en esta casa, ¡yo me voy!».
Yo respondí: «No tienes
por qué irte, ¿y a dónde irías? Por lo menos yo tengo plaza en la residencia.
Yo me iré».
Pero el dijo: «No puedo
decirte que te vayas. Te quiero, me encanta que estés aquí. Pero los hábitos de
cada uno de nosotros son un peligro para el otro. Nunca me he inmiscuido en la
vida de nadie ni nadie se ha inmiscuido en la mía. Y, como te conozco, sé que
no te vas a inmiscuir en mi vida. ¡Pero eso nos matará a los dos! No me vas a
decir: "Cambia de horario." Yo no puedo pedirte que dejes la casa;
por eso te digo que me voy, quédate a vivir aquí.»
Yo le persuadí: «No
puedo vivir aquí. Una vez que te vayas la universidad no lo permitiría, esta
casa te ha sido asignada a ti. Yo tengo que ir a mi residencia.» Me acompañó
hasta la residencia con lágrimas en los ojos.
Lo he recordado en este
momento porque nunca he conocido a nadie en mi vida que fuera tan sensible, tan
cuidadoso. Incluso si chocaba accidentalmente con una silla, le pedía perdón...
a la silla. Le dije: «Doctor Biharidas, ¡esto es ir demasiado lejos!».
Y me respondió: «Así es
como me siento. He golpeado a la pobre silla. Ella no puede hablar; si pudiera,
se sentiría enfadada. Y ella es parte de la totalidad de mi cosmos, me ha
servido y yo no me he mostrado amistoso con ella; la he golpeado. Tengo que
pedirle perdón.»
La gente de la
universidad pensaba que estaba loco: en este mundo no se puede pensar que un
hombre que pide perdón a una silla esté cuerdo. Pero yo le observé
cuidadosamente y era una de las personas más sanas. Era tremendamente
responsable.
No me podía decir...
que era su casa. Podría haberme dicho: «Lee en silencio», o «lee en otro
momento», o «lee mientras toco mis instrumentos.» Pero él nunca haría algo así.
Eso hubiera sido sencillo, es lo que todo el mundo hace. Pero su sensibilidad y
su profundo respeto por la otra persona... incluso su veneración por las cosas
era impecable.
La gente observaba su
comportamiento y pensaba: «no está en su sano juicio.» Pero nadie se molestaba
en pensar que estar en su sano juicio hace que la gente se sienta responsable,
tan responsable que a los demás les puede parecer un loco.
MAHAVIRA Y LA
EXISTENCIA
Por ejemplo, durante
toda su vida Mahavira solo durmió sobre un costado. No cambiaba de lado por la
noche. Cuando le preguntaron por qué, él respondió que vivía desnudo, no tenía
nada, se tumbaba directamente sobre el suelo... Y si cambiaba de lado, alguna
hormiga, algún pequeño insecto podría verse aplastado... y él no quería que
ocurriera. Su responsabilidad hacia las cosas pequeñas simplemente demuestra su
integridad en relación a la existencia.
Su forma de mendigar os
aclarará a qué me refiero. Ninguna otra persona, en ningún lugar del mundo, ha
hecho algo que demostrara tanta confianza en la existencia. Por la mañana,
después de su meditación, visualizaba bajo qué condiciones recibiría su alimento
de ese día. Y a veces pasaban treinta días antes de que pudiera recibir comida
alguna porque lo que había visualizado, una condición particular, no se
cumplía. Cosas extrañas...
Por ejemplo, pensaba
que aceptaría comida si la mujer de la casa donde estaba mendigando salía a
darle comida con un niño en brazos mamando de su pecho. Solo entonces aceptaría
comida de aquella mujer; si no era así, daba el día por hecho. Al día siguiente
volvería a intentarlo. Su gente le repetía constantemente: «¡Esto es extraño!
Ha habido grandes ascetas... se puede ayunar todo lo que uno quiera, pero esto
es otra cosa.»
Él les dijo: «No se
trata de ayunar. Lo estoy dejando en manos de la existencia y creo una
condición para saber si la existencia quiere que tome alimento este día o no.
Es algo entre la existencia y yo. Si la condición no se cumple, eso significa
que la existencia quiere que ayune. No es mi ayuno, sino que simplemente la
existencia no quiere que coma hoy, y la sabiduría de la totalidad es mayor.»
Y a veces se cumplían
condiciones tan extrañas que nadie las hubiera creído posibles. Por ejemplo,
una de las condiciones que se cumplió... después de trece días de ayuno y de
hambre siguió adelante, no cambiaría de condición hasta que aquella condición
se cumpliera. Solo la cambiaría cuando se hubiera realizado; y entonces
añadiría una segunda condición.
La condición era que
una princesa -no una mujer ordinaria, sino una gran princesa- con las piernas
encadenadas y las manos esposadas... si ella le ofrecía alimento, lo aceptaría.
Pero esto es pedir algo muy absurdo. Para empezar, si era una princesa, ¿por
qué tendría las manos esposadas y los pies encadenados? Y si estuviera esposada
y con los pies encadenados, ¡estaría en la cárcel! Podría ser una princesa,
pero no podría ofrecerle comida.
Pero ocurrió que uno de
los reyes se enfadó mucho con su hija -cuyo nombre era Chandana- y por eso
ordenó que la mantuvieran esposada y encadenada durante veinticuatro horas.
Pero no la llevaron a la cárcel, podía moverse libremente por su casa.
Y cuando llegó
Mahavira... Y esa era la cuestión que había creado todo el problema: ella
quería ofrecer alimento a Mahavira. Ella le amaba, le encantaba su forma de
pensar, pero su padre estaba absolutamente en contra. Por eso estaba encadenada
y esposada; así no podría salir de casa porque se sentiría muy avergonzada.
Cuando llegó, Mahavira
iba acompañado por miles de seguidores.
Pero ella salió con su
comida y los miles de seguidores no podían creer lo que estaban viendo, porque
aquel mismo día, después de trece días de ayuno, habían insistido: «Mahavira,
nos gustaría saber ¿Cuál es la condición?». No se lo vamos a decir a nadie;
solo queremos saber si tus condiciones tienen algún sentido. ¿Es la existencia
lo suficientemente cuidadosa, lo suficientemente compasiva? ¿Le importas? Por
una vez queremos saber: ¿Cuál es la condición?».
Él dijo: «Esta es la
condición...». (La condición de la Princesa).
Le respondieron: «Por
Dios, ¡quizá no se cumpla nunca!».
Y Mahavira dijo: «Eso
simplemente significaría que la existencia no me necesita. No, tengo queja;
quizá mi trabajo se haya completado, y soy una carga innecesaria.» Pero la
condición se cumplió.
Semejante confianza en
la existencia, semejante confianza inalterable, se presenta cuando empiezas a
tomar responsabilidades. A medida que te vas sintiendo más responsable de las
pequeñas cosas que te rodean, la respuesta de la existencia se multiplica por
mil.
No eres un perdedor.
OSHO