DOS YOES
Curiosa historia antes
de leer a Omramm Mikhael Aivanhov.
Era un discípulo
honesto. Moraba en su corazón el afán de perfeccionamiento. Un anochecer,
cuando las chicharras quebraban el silencio de la tarde, acudió a la modesta
casita de un yogui y llamó a la puerta.
¿Quién es? -preguntó el
yogui.
Soy yo, respetado
maestro. He venido para que me proporciones instrucción espiritual.
No estás lo
suficientemente maduro -replicó el yogui sin abrir la puerta-.
Retírate un año a una
cueva y medita. Medita sin descanso. Luego, regresa y te daré instrucción.
Al principio, el
discípulo se desanimó, pero era un verdadero buscador, de esos que no ceden en
su empeño y rastrean la verdad aun a riesgo de su vida. Así que obedeció al
yogui. Buscó una cueva en la falda de la montaña y durante un año se sumió en
meditación profunda. Aprendió a estar consigo mismo; se ejercitó en el Ser.
Sobrevinieron las
lluvias del monzón. Por ellas supo el discípulo que había transcurrido un año
desde que llegara a la cueva. Abandonó la misma y se puso en marcha hacia la
casita del maestro. Llamó a la puerta.
¿Quién es? -preguntó el
yogui.
Soy tú -repuso el
discípulo.
Si es así -dijo el
yogui-, entra. No había lugar en esta casa para dos yoes.
El Maestro dice:
Más allá de la mente y
el pensamiento está el Ser. Y en el Ser todos los seres.
Sobre el Yo Superior
Omramm Mikhael Aivanhov
El Yo Superior I
Cuantas veces durante
un viaje en tren, por la noche, cuando todos los viajeros dormían, solía abrir
una ventana y mirar hacia adelante, hacia la locomotora en donde estaba el
conductor me decía: “Mientras que el mundo duerme, hay un buen hombre que vela
allí, en la oscuridad, con su rostro ennegrecido por el carbón, en el que solo
se ven sus ojos que brillan en la noche”.
Esto me impresionaba
mucho, y pensaba en este pobre hombre, el único que no tenía derecho a dormir
porque era el responsable de la seguridad de todos los demás.
Esta imagen del tren
puede haceros comprender un punto importante de la vida interior. Existe un
tren cuyo conductor no debe dormir: somos nosotros mismos. Nuestro cuerpo,
nuestras células pueden dormir, pero nuestro Yo Superior no duerme jamás.
Permanece despierto, vigilante, y sigue dirigiéndonos, guiándonos. Esto, al
menos, es lo que les sucede a los Iniciados o a los discípulos instruidos. En
la mayoría de los seres humanos, que están muy alejados de su Yo superior, es
como si todos durmiesen: los pasajeros y el conductor.
Siempre hay que
mantener despierta una parte de sí mismo. E incluso, antes de dormiros por la
noche, debéis pensar en confiaros a Aquél que velará dentro de vosotros
mientras estéis sumidos en el sueño. Jesús dijo: “Velad y Orad”, y los
cristianos creyeron que se trataba de velar físicamente.
Y Y entonces, los
pobres, a fin de aplicar este precepto que no habían comprendido bien, se
despertaban en plena noche para rezar y meditar, se extenuaban luchando contra
el sueño y acababan por trastornar los ritmos naturales de su organismo. ¡Hay
que velar y orar en un plano más elevado! Velar en el plano físico no es lo
esencia: hay que saber traspasar, transportar esta vigilancia mucho más arriba;
dejar que las células duerman y que el cuerpo descanse, y velar en un nivel más
elevado, es decir, asociarse con a que él que siempre vela, que nunca duerme,
contactar con él y unirse a él.
¿Y dónde se encuentra
este vigilante eterno?…
Entre las dos cejas,
ahí tenéis su residencia. Por eso lo ve todo, lo graba todo, lo comprende todo.
Es absolutamente impasible e inamovible. Hay que contactar con él. Sí, si
lográis velar y formular peticiones desde este centro, tendréis ojos
espirituales para explorar las regiones invisibles, e incluso cuando vuestro
cuerpo esté sumido en el sueño, podréis contactar con las realidades más
maravillosas.
El Yo Superior II
La venida del Espíritu
Santo es un símbolo que encontramos, bajo diferentes formas, en todas las
tradiciones religiosas, pero cuyo sentido ha sido mal comprendido la mayoría de
las veces. No hay que creer que el Espíritu Santo es una entidad extraña, externa
al hombre: es su Yo superior, todo lo que posee de luminosos, de poderoso, de
divino, diréis: Puesto que muchos ya recibieron el Espíritu Santo, ¿Acaso hay
tanos “Espíritus Santos” como individuos?” No, solo existe un Espíritu Santo,
divino, cósmico, y cada Yo superior, dada su naturaleza divina, recibe de El su
chispa y se convierte en El.
Cuando un hombre recibe
el Espíritu Santo, es su propio espíritu el que desciende sobre él, el cuál es
su Yo superior, y habita en el sol.
El ser humano está
conectado con su Yo superior, el cual está esperando entrar para tomar posesión
de él, pero el hombre, con sus impurezas, le obstruye el camino, si se purifica
verdaderamente y consigue un día alcanzar la verdadera santificación, el
Espíritu Santo descenderá sobre él y podrá realizar maravillas. Pero el
Espíritu Santo no se divide: es un Espíritu cósmico, la Divinidad misma.
Y nuestro Yo superior
es de la misma naturaleza que el Espíritu Santo, está hecho de la misma quinta
esencia, de la misma luz, es una chispa en el fuego, una gota de agua en el
océano.
Tomad un poco de
mercurio, vertedlo sobre una mesa y veréis que se desparrama en una multitud de
gotas minúsculas. Juntad ahora estas gotas: veréis cómo funcionan. Hace de
nuevo la misma experiencia después de haber esparcido un poco de polvo sobre la
mesa: las gotas de mercurio ya no pueden fusionarse. En nosotros se presenta el
mismo fenómeno: lo que impide que el alma universal, que nuestra alma se
fusione con nosotros, son las capas impuras.
Comprendéis ahora
porqué es tan necesario purificarse: para que se lleva a cabo la fusión entre
el Yo superior y el Yo inferior. Mientras no se produzca esta fusión, nuestro
Yo superior permanecerá en algún lugar, en otra parte, separado de nosotros;
tiene poder, posee conocimientos, riquezas, pero no puede hacer nada por
nosotros. Es perfecto, omnisciente, todopoderoso, una parte de Dios mismo, pero
no puede hacer nada por nosotros.
Sí, lo más difícil de
comprender es que existe en nosotros mismos un ser que lo ve todo, que lo sabe
todo, que lo puede todo, pero que hagamos lo que hagamos, permanece impasible,
A veces, por ejemplo, cometemos errores…Puesto que estamos conectados con la
otra parte de nuestro ser, en lo alto, ¿Porqué nos los deja hacer? ¿Porqué
acepta situaciones que van contra sus intereses? Sabía que nos íbamos a
extraviar, que íbamos a sufrir, a lamentarnos, pero no intervino…
¡Y hasta puede que será
él, en realidad, quien esté empujando! Sí, he ahí un misterio…. Y ahora,
mientras nosotros estamos aquí “cociéndonos” y llorando, él se encuentra en
algún lugar de bienaventuranza, y no se preocupa por nuestros sufrimientos. Y
cuando le presentamos nuestros buenos proyectos, nuestras esperanzas, ¿Porqué
no hace nada para realizarlos? No estamos separados de él, y sin embargo cuando
sufrimos permanece indiferente, nos deja en el atolladero. Tenemos que conocer,
pues, la forma de hacerle reaccionar….
Nuestro Yo superior
vive más allá de lo que constituye nuestro propio ser: el cuerpo físico, el
cuerpo etérico, el cuerpo astral, el cuerpo mental, y hasta más allá de los
cuerpos causal, búdico y átmico que, si bien son de extrema sutilidad, son
cuerpos de todas formas y, por tanto, de esencia material. El Yo superior, en
cambio, no es un cuerpo; se manifiesta a través de estos cuerpos, pero su
región es aquélla, que los cabalistas llaman An Soph Aur: Luz sin fin.
Todo es posible para
nuestro Yo superior. La cuestión está en que quiera actuar; pero puesto que no
sabemos cómo hacerle querer lo que nosotros queremos que él quiera, ¡en esto
consiste nuestra tragedia! ¿Cómo estimular la buena voluntad de esta entidad
que está tan alejada de nosotros y de la que nosotros representamos aquí, y tan
mal una pequeñísima parte?
Nuestro yo terrestre
está hecho de “Egos” cambiantes, inestables, ¡tan diferentes! Pero, puesto que
somos siempre nosotros los responsables de todos los “Egos” que hacen
tonterías, debemos sufrir y reparar por ellos. Nuestro verdadero Yo, aquél a
quien debemos tratar de conocer para fusionarnos con él, nunca comete crímenes
o errores, siempre está en lo alto, en la pureza y la luz. A nosotros nos
corresponde trabajar par contactar con él, para fusionarnos con él. Pero,
mientras tanto en la tierra hay un yo que sirve algo así como de tarjeta de
visita a todos los demás “Egos” que habitan en la misma casa, a “Egos”
completamente diferentes y hasta estrafalarios, que en nada se parecen entre
sí: un poeta, un avaro, un cocinero, un mentiroso….Pero entonces, nosotros,
¿Quiénes somos? No lo sabemos. El que está ahí es un yo ficticio, que engloba a
todos los demás, y que debe recibir, sucesivamente, recompensas y castigos por
los crímenes y las buenas acciones de los unos y de los otros. Uno de estos
“Egos” va a robar algo a casa del vecino, y he ahí quye llega otro “yo”
honesto, que se asombra y se desconsuela: No comprende cómo ha podido suceder….
Cuando queremos
verdaderamente conocernos, es decir, cuando queremos reencontrar a nuestro Yo
superior, éste inmediatamente lo sabe, y se alegra.
Todo lo demás que
hagamos le deja indiferente frío. No le afecta que lleguemos a ser generales,
ministros, emperadores, o que nos accidentamos, que vivíamos en la miseria, o
nos despetemos. Solo el día en que, por fin, queremos conocerle, es decir,
conocernos, e alertado y empieza a prestarnos atención, y entonces desaparecen
las debilidades, desaparece la oscuridad y desaparecen los sufrimientos; otras
fuerzas entran en acción. Este fenómeno puede compararse exactamente a la
metamorfosis de la oruga. La oruga se encierra en su capullo, y algún tiempo
después surge otro ser hermoso, rutilante, grácil…. ¡una mariposa!
La naturaleza ha
colocado señales en todas partes para instruir a los discípulos y hacerles
comprender las transformaciones que deben provocar en ellos mismos. Los humanos
se imaginan que son algo magnífico. En realidad son como orugas, pesadas y
feas, que comen las hojas de los árboles y causan estragos de todo tipo. Pero
el día en que se deciden a entrar en sí mismos, a meditar y a renunciar a
determinadas tendencias inferiores, desencadenan nuevas fuerzas dentro de sí
mismos y, al cabo de algún tiempo, surge una mariposa ligera, libre que ya no
destruye las hojas, sino que se alimenta con el néctar de las flores. La
mariposa es un símbolo del alma que ha escapado a todas las limitaciones; y en
esto consiste la resurrección, la verdadera resurrección. No hay que imaginarse
que la resurrección de las que hablan las Escrituras es la del cuerpo físico:
no hay resurrección para el cuerpo físico. Solo existe el despertar de un
elemento espiritual dentro de nosotros que estaba dormido, y que ahora está
presto a desarrollarse plenamente.
Existen varias métodos
para desarrollar el Yo superior: uno de ellos consiste en concentrarse en el
ego, en el yo humano. Este yo es limitado, sin duda ilusorio, pero es, a pesar
de todo, una realidad….Aunque digáis que no existe, existe ¡Por lo menos, en tanto
que inexistencia!
El primer método
consiste, pues, en servirse de este medio débil, de esta pantalla del yo, de la
consciencia que no sois vosotros, pero que es, de todas formas, una parte de
vosotros, una lejana manifestación de vuestro Yo superior. Os aferráis a esta
consciencia, la retenéis, sin hacer otra cosa que ser conscientes, y os
detenéis así unos minutos... manteniendo esta consciencia de vosotros mismos…
Así, poco a poco, puesto que vuestra consciencia ya está conectada con el
infinito de vuestra supra consciencia que está arriba, en el Yo superior, esta
atención, esta concentración, os pone en contacto con el Yo superior.
Existe un segundo
método: para que las cualidades del Yo superior desciendan al yo inferior, hay
que hacer intervenir la imaginación. Pensáis en vuestro Yo superior, que está
arriba; os imagináis que os está mirando, es decir, que vosotros mismos, desde
allá arriba, os veis en las condiciones imperfectas en las que os manifestáis
aquí en la tierra.
Mantenéis este pensamiento
y hacéis circular la corriente entre vuestro yo de arriba y vuestro yo de
abajo. Entonces restablecéis la conexión, la verdadera conexión, ¿Porque, desde
aquí, pensáis que estáis arriba, y desde arriba sentís que estáis aquí, abajo,
consciente de vuestro yo de arriba!
Es algo muy difícil de
explicar: sois, a la vez dos y uno. Sois dos, puesto que estáis abajo y arriba,
pero la consciencia que tenéis de esta dualidad hace que seáis uno. Cerráis los
ojos, tenéis clara conciencia de que estáis ahí, en vuestra habitación,
vosotros, un ser vivo, un ser pensante, y que vuestro Yo superior que está
arriba, que tiene todos los poderes y todos los conocimientos, se refleja en
vosotros, se reconoce a través vuestro. Se ve, y sonríe, se ríe….
Vosotros le observáis
desde aquí, miráis cómo es; y él por su parte, también os observa. Entonces los
dos polos inferior y superior de vuestro ser se empiezan a acercarse, y un día
se produce la fusión: vuestro yo inferior ya no existe; este yo inferior, que
no es más que un reflejo, desaparece y queda solamente vuestro yo real, vuestro
Yo superior. ¡ Se acabaron los desánimos, las debilidades, la oscuridad! Os
volvéis omniscientes, inmortales, eternos.
Tenéis que imaginaros,
pues, no solo que vuestro Yo superior os mira, sino que tiene conciencia de
mirarse a sí mismo a través vuestro, a través de vuestro cerebro, y de estar
conectado con vosotros. Gracias a este contacto que entonces se produce se
despierta la supra conciencia. Puesto que todo nuestro ser se refleja en la pantalla
de la conciencia, nuestro Yo superior tiene también un reflejo en esta
pantalla, y este reflejo, por débil que sea, es el que nos permite conectarnos
con El. Este reflejo es un ser frágil, diminuto, pero que está hecho de la
quintaesencia celeste; es una parte de vosotros, aunque no sea más que vuestro
reflejo.
El único reflejo de una
persona en un espejo, son los fluidos y las fuerzas que ésta deja. Hasta la
sombra que os sigue en el camino es una realidad. En África existen ciertas
prácticas mágicas en las que los brujos se sirven únicamente del rastro
fluidicos que deja la sombra de la persona a la que quieren hechizar. La gente
cree que la sombra no es nada. Sí, la sombra es una realidad, es una emanación
de fluidos. ¿Por qué algunos perros consiguen encontrar a las personas tan solo
husmeando los fluidos que han dejado al pasar? Supongamos, pues que el
discípulo sea capaz de “husmear” en esta pantalla de la conciencia el rastro de
su Yo superior y consiga un día, de esta forma, contactara con El, en lo alto:
poco a poco, su conciencia se ensancha hasta las dimensiones del universo
entero, se siente como el Ser Cósmico y flota en la eternidad.
Aún puedo daros otro
ejercicio, que consiste en concentrarse encima del occipucio en la parte
posterior de la cabeza. Intentadlo durante unos minutos….algo sucederá dentro
de vosotros, todo vuestro cuerpo vibrará, sentiréis como unos destellos.
Pero no prolonguéis
mucho tiempo el ejercicio: en cuanto sintáis esta tensión, como si hubieseis
tocado un punto neurálgico que hace vibrar todo vuestro cuerpo, deteneos. Al
principio, no debéis prolongar las experiencias; tenéis que ser muy prudentes.
Los sabios de la India
han dado una fórmula que posee un sentido muy profundo. Dicen: “Yo soy El”. Lo
que significa: “Yo no existo como ser separado, independiente. Existo como
reflejo gracias a El. Y si ahora quiero reencontrarme, contactaré con El, que
me ha creado; yo soy una inexistencia, una ilusión, únicamente El es una
realidad”. Dios se ha proyectado a través del universo que ha creado, y ninguna
criatura existe independientemente de El. Encontrar a Dios o reencontrase a sí
mismo, es, en el fondo, el mismo trabajo……un trabajo de envergadura. Por
momentos os sentís, de pronto, invadidos por la luz, proyectados a la supra
conciencia, y estáis deslumbrados por esta inmensidad, por esta
belleza….Desgraciadamente esto no dura mucho; y, de nuevo, volvéis a la vida
cotidiana con las mismas preocupaciones, las mismas debilidades, de nuevo os
sentís separados de la Divinidad, de vuestro Yo superior, como pedazos
sueltos….Pero no os quedéis así, esforzaos para restablecer la conexión con
vuestro Yo superior. Si persistís paciente, sinceramente, esta sensación de
separación será cada vez más tenue, hasta que un día, por fin, ya no os
abandonará la luz; habréis cambiado de orilla, os habréis salvado
definitivamente.
Ahora comprendéis mejor
el sentido del precepto que estaba inscrito en frontispicio del Templo de
Delfos: “Conócete a ti mismo”. El verdadero conocimiento iniciático consiste en
fundirse, en fusionarse por un acto de amor, como está dicho en la Biblia que
“Adán conoció a Eva” o que “Abraham conoció a Sara”. El verdadero conocimiento
es fusión. Al decir:”Conócete a ti mismo”, los Iniciados querían decir que el
hombre no es quien cree ser y que debe, por tanto aprender a conocerse.
Conocerse, identificarse, fusionarse con Sí mismo, con este Yo superior que
está en lo alto de la región del espíritu.
Por esto debe abandonar
lo aparente, los oropeles y las ilusiones, e ir cada vez más arriba, hasta
hacerse uno con su espíritu, con su Yo Superior.
OMRAAM MIKHAEL
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