Las peculiaridades de los seres humanos es la de cultivar valores. En la infancia se nos incita a establecer ciertos valores profundamente arraigados.
JIDDU KRISHNAMURTI
CARTAS A LAS ESCUELAS
Una de las
peculiaridades de los seres humanos es la de cultivar valores. Desde la
infancia se nos incita a establecer para nosotros mismos ciertos valores
profundamente arraigados. Cada persona tiene sus propios designios y propósitos
perdurables. Naturalmente, los valores de uno difieren de los del otro. Se
cultivan sea por el deseo o por el intelecto. Pueden ser ilusorios,
confortables, consoladores o factuales. Estos valores, obviamente, fomentan la
división entre hombre y hombre; los valores son nobles o innobles conforme a
los propios prejuicios e intenciones. Sin que enumeremos los diversos tipos de
valores, ¿por qué los seres humanos tienen esos valores y cuáles son sus
consecuencias? La raíz etimológica de la palabra valor es fortaleza. La
fortaleza no es un valor. Se vuelve un valor cuando es el opuesto de la
debilidad. La fortaleza - no de carácter, que es un resultado de la presión
social - es la esencia de la claridad. El claro pensar es un pensar sin ideas
preconcebidas, sin prejuicios; es una observación sin distorsión alguna. La
fortaleza o valor no es una cosa para ser cultivada como uno cultivaría una
planta o una nueva especie. No es un resultado. Un resultado tiene una causa, y
cuando existe una causa, ello indica una debilidad; las consecuencias de la
debilidad son la resistencia o la complacencia. La claridad no tiene causa. La
claridad no es ni un efecto ni un resultado; es la para observación del
pensamiento y de su actividad total. Esta claridad es fortaleza.
Si esto se comprende
claramente, ¿por qué, entonces, los seres humanos han proyectado valores? ¿Es
para que estos les proporcionen una guía en la vida cotidiana? ¿Es para que les
den un propósito, pues de lo contrario la vida se vuelve insegura, vaga y
carece por completo de dirección? Pero la dirección la establecen el intelecto
o el deseo y, por tanto, la dirección misma se vuelve una distorsión. Estas
distorsiones varían de un hombre a otro, y el hombre se aferra a ellas en el
inquieto océano de la confusión. Uno puede observar las consecuencias de tener
valores: estos separan al hombre del hombre y colocan a un ser humano contra
otro. Al extenderse, esto conduce a la miseria, a la violencia y, por último, a
la guerra.
Los ideales son
valores. Los ideales de cualquier tipo son una serie de valores - nacionales,
religiosos, colectivos, personales - y uno puede observar cuáles son las
consecuencias de estos ideales a medida que ellos ocupan su lugar en el mundo.
Cuando uno ve la verdad de esto, la mente se libera de todos los valores; y
para una mente así solo existe la claridad. Una mente que desea una experiencia
o se aferra a ella, está persiguiendo la falsedad del valor, y así se vuelve
particular, reservada y divisiva.
Como educador, ¿puede
usted explicar esto a un estudiante? ¿Explicarle que no debe tener valores de
ninguna clase sino vivir con claridad - la cual no es un valor? Ello puede
lograrse cuando el propio educador ha sentido profundamente la verdad de esto. Si
no, todo se vuelve meramente una explicación verbal sin ninguna significación
profunda. Esto ha de ser transmitido no solo a los estudiantes de mayor edad
sino a los muy jóvenes. Los estudiantes mayores ya están fuertemente
condicionados por la presión de la sociedad y por la que ejercen los padres con
sus propios valores; o son ellos mismos los que han proyectado sus metas, que
se convierten en su prisión. Con los muy jóvenes, lo más importante es
ayudarles a que ellos mismos se liberen de presiones y problemas psicológicos.
Actualmente, a los muy jóvenes se les enseña complicados problemas
intelectuales; sus estudios se vuelven más y más técnicos; se les provee de más
y más información abstracta; múltiples formas de conocimiento se imponen a sus
cerebros condicionándolos de ese modo desde la infancia misma. Mientras que lo
que a nosotros nos interesa es ayudar a los muy jóvenes a no tener problemas
psicológicos, a estar libres de temor, ansiedad, crueldad, a que sean
solícitos, a que tengan generosidad y afecto. Esto es mucho más importante que
la imposición de conocimientos a sus jóvenes mentes. Lo cual no significa que
el niño no deba aprender a leer, a escribir, etcétera, pero el acento ha de ser
puesto en la libertad psicológica en lugar de ponerlo en la adquisición de
conocimientos, aunque estos sean necesarios. Esta libertad no significa que el
niño haga lo que le plazca, sino que implica ayudarle a que comprenda la
naturaleza de sus reacciones, de sus deseos.
Esto requiere muchísima
claridad de discernimiento por parte del maestro. Después de todo, usted quiere
que el estudiante sea un ser humano completo sin ninguna clase de problemas
psicológicos; de lo contrario, él dará un mal uso a cualquier conocimiento que
se le imparta. Nuestra educación actual consiste en vivir dentro de lo conocido
y, de ese modo, ser un esclavo del pasado con todas sus tradiciones, recuerdos,
experiencias. Nuestra vida es de lo conocido a lo conocido, y así jamás estamos
libres de lo conocido. Si uno vive constantemente en lo conocido, no existe
nada nuevo, nada original, nada que no esté contaminado por el pensamiento. El
pensamiento es lo conocido. Si nuestra educación es la constante acumulación de
lo conocido, entonces nuestras mentes y corazones se vuelven mecánicos sin esa
inmensa vitalidad de lo desconocido. Lo que tiene continuidad es conocimiento y
es perpetuamente limitado. Y lo que es limitado debe crear problemas perpetuamente. El cese
de la continuidad - la continuidad es tiempo - es el florecimiento de lo
intemporal.
JIDDU CRISHNAMURTI
Fuente: La Iluminacion
Espiritual
No hay comentarios:
Publicar un comentario