EL VALOR REAL ENTRE MEDITAR Y ORAR - MEDITACIÓN


 

El Meditar te lleva al conocimiento propio al valor real de orar, a una verdadera acción. No hay confusión, no suplicáis a nadie que os saque de ella.

 

ORACIÓN Y MEDITACIÓN

¿El anhelo que se expresa en la oración no es un camino hacia Dios?

Vamos a examinar en primer término los problemas contenidos en esta pregunta. Ella comprende la oración, la concentración y la meditación. Ahora bien, ¿qué entendemos por oración? Ante todo, en la oración hay súplica, ruego a lo que llamáis Dios, la Realidad. Vosotros, como individuos, pedís, suplicáis, rogáis y buscáis ser guiados por algo que llamáis Dios; vuestro enfoque, por lo tanto, consiste en buscar recompensa, satisfacción. Os halláis en dificultades, nacionales o individuales, e imploráis que se os guíe. O estáis confusos, y rogáis que se os permita ver claro; esperáis ayuda de lo que llamáis Dios. Esto implica que Dios, sea lo que Dios fuere esto no lo discutiremos por ahora- habrá de disipar la confusión que vosotros y yo hemos creado. Porque, al fin y al cabo, somos nosotros quienes hemos producido la confusión, la miseria, el esos, la espantosa tiranía, la falta de amor; y queremos que lo que llamamos Dios despeje todo eso. En otras palabras; deseamos que nuestra confusión, nuestra miseria, nuestro dolor, nuestro conflicto, sean disipados por otro; suplicamos a otro ser que nos traiga luz y felicidad.

 

ORACIÓN

Cuando oráis, cuando rogáis, cuando suplicáis pidiendo algo, generalmente se lo obtiene.

Cuando pedís, recibís; pero lo que recibís no creará orden porque lo que recibís no trae claridad, comprensión. Solo satisface, brinda placer, pero no produce comprensión; porque, cuando pedís, recibís aquello que vosotros mismos proyectáis. ¿Cómo puede la realidad, Dios, responder a vuestra petición particular? ¿Puede lo inconmensurable, lo innominable, tener algo que ver con nuestras pequeñas y mezquinas zozobras, miserias, confusiones, que nosotros mismos hemos creado? ¿Qué es, por consiguiente, lo que responde? Es obvio que lo inconmensurable no puede responder a lo mensurable, a lo insignificante, a lo pequeño. ¿Pero qué es lo que responde?...

En ese momento, cuando rogamos, nos hallamos bastante aquietados, en un estado de receptividad; y nuestro propio subconsciente nos trae una claridad momentánea. Es decir, deseáis algo, lo anheláis, y en ese momento de anhelo, de sumisa súplica, estáis bastante receptivos; vuestra mente consciente, activa, está comparativamente serena, en calma, de modo que lo inconsciente se proyecta en eso y recibís una respuesta. Pero no es, ciertamente, una respuesta de la realidad, de lo inconmensurable; es vuestro propio inconsciente que responde. No nos confundamos, pues, y no pensemos que cuando vuestra plegaria es atendida estáis en relación con la realidad. La realidad debe venir a vosotros; no podéis ir a ella.

 

MENTE

En este problema de la oración hay luego otro factor envuelto: la respuesta de aquello que denominamos voz interior. Como ya lo he dicho, cuando la mente suplica, ruega, está comparativamente serena; y cuando oís la voz interior, es vuestra propia voz, que se proyecta en esa mente relativamente serena. Una vez más, ¿cómo puede ser eso la voz de la realidad? Una mente confusa, ignorante, codiciosa, exigente, suplicante, ¿cómo puede comprender la realidad? La mente puede recibir la realidad tan solo cuando está absolutamente en calma, sin pedir, sin codiciar, sin anhelar, sin rogar, ya sea para vosotros mismos, para la nación o para el prójimo. Cuando la mente está serena en absoluto, cuando el deseo cesa, solo entonces adviene la realidad. Una persona que pide, que ruega, que suplica, que anhela ser dirigida, hallará lo que busca, pero ello no será la verdad. Lo que reciba será la respuesta de las capas inconscientes de su propia mente, que se proyectan en lo consciente; y esa vocecita silenciosa que os dirige no es lo real sino tan solo la respuesta de lo inconsciente.

 

CONCENTRACIÓN

En este problema de la oración está lo relativo a la concentración.

Para la mayoría de nosotros, la concentración es un proceso de exclusión. La concentración se produce por el esfuerzo, la coacción, la dirección, la imitación, por lo cual la concentración es un proceso de exclusión. Me intereso en la así llamada meditación, pero mis pensamientos se distraen, divagan. Fijo, pues, mi mente en un cuadro, una imagen, o en una idea, y excluyo todos los otros pensamientos; y a este proceso de concentración, que es exclusión, se lo considera como un medio de meditar. Es eso lo que hacéis, ¿verdad? Cuando os sentáis a meditar, fijáis vuestra mente en una palabra, en una imagen o en un cuadro; pero la mente vaga por todas partes. Hay constante interrupción de otras ideas, otros pensamientos, otras emociones, y tratáis de alejarlos; empleáis vuestro tiempo batallando con vuestros pensamientos.

A este proceso vosotros lo llamáis Meditación. Esto es, procuráis concentraros en algo que no os interesa, y vuestros pensamientos continúan multiplicándose, aumentando, interrumpiendo. De suerte que gastáis vuestra energía en excluir, en desviar, en rechazar; y si podéis concentraros en un pensamiento escogido, en un objeto determinado, creéis que por fin habéis logrado éxito en la meditación. Eso, por cierto, no es meditación, ¿verdad? La meditación no es un proceso de excluir, excluir en el sentido de evitar las ideas intrusas, de erigir contra ellas una resistencia. La plegaria, pues, no es meditación, y la concentración excluyente no es meditación.

 

MEDITACIÓN

¿Qué es, pues, la meditación?

La concentración no es meditación, porque, cuando hay interés, es relativamente fácil concentrarse en algo. Un general que hace planes para la guerra, para la matanza, está muy concentrado. Un hombre de negocios ocupado en ganar dinero está muy concentrado; hasta puede ser cruel al prescindir de todo otro sentimiento y concentrarse completamente en lo que él desea. Un hombre que está interesado en cualquier cosa se concentra de un modo natural, espontáneo. Pero esa concentración, por cierto, no es meditación, es una mera exclusión.

 

¿Qué es, entonces, la meditación?

La meditación es por cierto comprensión, la meditación del corazón es comprensión. ¿Cómo puede haber comprensión habiendo exclusión? ¿Cómo puede haber comprensión cuando hay ruego, súplica? En la comprensión está la paz, la libertad; quedáis libres de aquello que comprendéis. Pero el mero hecho de concentrarse o de orar no trae comprensión. La comprensión es la base misma, el proceso fundamental de la meditación. No tenéis que aceptar mi palabra al respecto; pero si examináis la oración y la concentración con mucho cuidado, a fondo, hallaréis que ninguna de ellas trae comprensión. Sólo conducen a la obstinación, a la fijación, a la ilusión. Mientras que la meditación, en la cual hay comprensión, trae libertad, claridad e integración.

 

COMPRENSIÓN

¿Qué entendemos por comprensión?                                    

La comprensión significa atribuir significado verdadero, dar su verdadero valor a todas las cosas. Ser ignorante es dar falsos valores. Está en la naturaleza misma de la estupidez la falta de comprensión de los verdaderos valores. La comprensión, pues, surge cuando existen verdaderos valores, cuando los verdaderos valores son establecidos. ¿Y cómo habrá uno de establecer verdaderos valores: el verdadero valor de la propiedad, el verdadero valor de las relaciones, el verdadero valor de las ideas? Para que surjan los verdaderos valores, es preciso que comprendáis al pensador, ¿no es así? Si no comprendo al pensador, que soy yo mismo, lo que yo escojo carece de sentido.

Es decir, si no me conozco a mí mismo, mi acción, mi pensamiento, no tienen fundamento alguno. De suerte que el conocimiento propio es el comienzo de la meditación; no el conocimiento que uno obtiene de los libros, de las autoridades, de los gurús, sino el conocimiento que surge de la explotación de uno mismo, que es auto percepción. La meditación es el principio del conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. Porque, si no comprendo las modalidades de mis pensamientos, de mis sentimientos, si no comprendo mis móviles, mis deseos, mis exigencias, mi busca de normas de acción, que son ideas; si no me conozco a mí mismo, no existe base para pensar. Y el pensador que solo pide, niega o excluye, sin comprenderse a sí mismo, tiene inevitablemente que terminar en la confusión, en la ilusión.

 

CONOCIMIENTO PROPIO

 La meditación es el principio del conocimiento propio.

El principio de la meditación es, pues, el conocimiento propio, y éste significa darse cuenta de todo movimiento del pensar y del sentir, conocer todas las capas de mi conciencia, no solo las superficiales sino las ocultas, las actividades profundamente encubiertas. Mas para conocer las actividades profundamente encubiertas, los móviles, respuestas, pensamientos y sentimientos ocultos, tiene que haber tranquilidad en la mente consciente; es decir, la mente consciente debe estar en calma, serena, a fin de recibir la proyección de lo inconsciente.

La mente superficial, consciente, está ocupada con sus diarias actividades: ganar el sustento, engañar y explotar a los demás, huir de los problemas, todas las diarias actividades de nuestra existencia. Esa mente superficial tiene que comprender el verdadero significado de sus propios actividades, y con ello lograr tranquilidad para sí misma. No puede lograr tranquilidad, calma, por la mera regulación, por la coacción, por la disciplina. Sólo puede lograr tranquilidad, paz, serenidad, comprendiendo sus propias actividades, observándolas, dándose cuenta de ellas, viendo su propia crueldad, cómo habla al sirviente, a la esposa, a la hija, a tu madre, y lo demás.

Cuando la mente superficial, consciente, se da así plena cuenta de todas sus actividades, mediante esa comprensión llega ella a estar espontáneamente tranquila, no narcotizada por la coacción ni regulada por el deseo; entonces está capacitada para recibir las intimaciones, las insinuaciones de lo inconsciente, de las muchísimas capas ocultas de la mente: los instintos raciales, los recuerdos enterrados, los secretos deseos, las profundas heridas que aún no han sido sanadas. Tan solo cuando todo eso se ha proyectado y ha sido comprendido, cuando la totalidad de la conciencia se ha descargado y ya no está trabada por ninguna herida, por ninguna clase de recuerdo, está ella en condiciones de recibir lo eterno.

 

CONCLUSIÓN

Sin conocimiento propio no hay meditación.

Si no os dais cuenta en todo momento de todas vuestras reacciones, si no sois plenamente conscientes, si no os dais plena cuenta de vuestras diarias actividades, el mero hecho de encerraros en una habitación y sentaros frente a un cuadro de vuestro guía espiritual, de vuestro Maestro, de meditar, es una escapatoria. Sin conocimiento propio, en efecto, no hay verdadero pensar, y sin verdadero pensar lo que vosotros hacéis carece de sentido, por nobles que sean vuestras intenciones. La oración no tiene, pues, significado alguno sin conocimiento propio; mas cuando hay conocimiento propio hay verdadero pensar, y por lo mismo verdadera acción. Cuando hay verdadera acción no hay confusión, y por lo tanto no suplicáis a nadie que os saque de ella.

Un hombre que es plenamente sensible, perceptivo, está meditando; él no ora, porque nada desea. Mediante la oración, la disciplina, la repetición, y todo lo demás, podéis producir cierta serenidad; pero eso es simple embotamiento, y reduce la mente y el corazón a un estado de hastío, de cansancio. Con ello se narcotiza la mente; y la exclusión, que llamáis concentración, no conduce a la realidad; jamás lo podrá exclusión alguna. Lo que trae comprensión es el conocimiento propio, y no es muy difícil ser consciente, perceptivo, habiendo verdadera intención.

Si os interesa descubrir todo el proceso de vosotros mismos no solo la parte superficial sino el proceso integro de todo vuestro ser-, entonces ello resulta relativamente fácil. Si realmente deseáis conoceros a vosotros mismos, escudriñaréis vuestro corazón y vuestra mente para conocer su pleno contenido; y cuando exista la intención de conocer, conoceréis. Entonces podréis seguir, sin condenación ni justificación, todo movimiento del pensar y del sentir; y siguiendo todo pensamiento y todo sentimiento a medida que surge, realizaréis una paz que no será producto de la voluntad ni de la disciplina sino el resultado de no tener ningún problema, ninguna contradicción. Es como el lago que se vuelve apacible, sereno, cuando al caer la tarde ya no sopla el viento; y cuando la mente está serena, aquello que es inconmensurable se manifiesta.

 

JIDDU KRISHNAMURTI

 

VALORES HUMANOS


 Las peculiaridades de los seres humanos es la de cultivar valores. En la infancia se nos incita a establecer ciertos valores profundamente arraigados.

JIDDU KRISHNAMURTI

 

CARTAS A LAS ESCUELAS

Una de las peculiaridades de los seres humanos es la de cultivar valores. Desde la infancia se nos incita a establecer para nosotros mismos ciertos valores profundamente arraigados. Cada persona tiene sus propios designios y propósitos perdurables. Naturalmente, los valores de uno difieren de los del otro. Se cultivan sea por el deseo o por el intelecto. Pueden ser ilusorios, confortables, consoladores o factuales. Estos valores, obviamente, fomentan la división entre hombre y hombre; los valores son nobles o innobles conforme a los propios prejuicios e intenciones. Sin que enumeremos los diversos tipos de valores, ¿por qué los seres humanos tienen esos valores y cuáles son sus consecuencias? La raíz etimológica de la palabra valor es fortaleza. La fortaleza no es un valor. Se vuelve un valor cuando es el opuesto de la debilidad. La fortaleza - no de carácter, que es un resultado de la presión social - es la esencia de la claridad. El claro pensar es un pensar sin ideas preconcebidas, sin prejuicios; es una observación sin distorsión alguna. La fortaleza o valor no es una cosa para ser cultivada como uno cultivaría una planta o una nueva especie. No es un resultado. Un resultado tiene una causa, y cuando existe una causa, ello indica una debilidad; las consecuencias de la debilidad son la resistencia o la complacencia. La claridad no tiene causa. La claridad no es ni un efecto ni un resultado; es la para observación del pensamiento y de su actividad total. Esta claridad es fortaleza.

 

Si esto se comprende claramente, ¿por qué, entonces, los seres humanos han proyectado valores? ¿Es para que estos les proporcionen una guía en la vida cotidiana? ¿Es para que les den un propósito, pues de lo contrario la vida se vuelve insegura, vaga y carece por completo de dirección? Pero la dirección la establecen el intelecto o el deseo y, por tanto, la dirección misma se vuelve una distorsión. Estas distorsiones varían de un hombre a otro, y el hombre se aferra a ellas en el inquieto océano de la confusión. Uno puede observar las consecuencias de tener valores: estos separan al hombre del hombre y colocan a un ser humano contra otro. Al extenderse, esto conduce a la miseria, a la violencia y, por último, a la guerra.

 

Los ideales son valores. Los ideales de cualquier tipo son una serie de valores - nacionales, religiosos, colectivos, personales - y uno puede observar cuáles son las consecuencias de estos ideales a medida que ellos ocupan su lugar en el mundo. Cuando uno ve la verdad de esto, la mente se libera de todos los valores; y para una mente así solo existe la claridad. Una mente que desea una experiencia o se aferra a ella, está persiguiendo la falsedad del valor, y así se vuelve particular, reservada y divisiva.

 

Como educador, ¿puede usted explicar esto a un estudiante? ¿Explicarle que no debe tener valores de ninguna clase sino vivir con claridad - la cual no es un valor? Ello puede lograrse cuando el propio educador ha sentido profundamente la verdad de esto. Si no, todo se vuelve meramente una explicación verbal sin ninguna significación profunda. Esto ha de ser transmitido no solo a los estudiantes de mayor edad sino a los muy jóvenes. Los estudiantes mayores ya están fuertemente condicionados por la presión de la sociedad y por la que ejercen los padres con sus propios valores; o son ellos mismos los que han proyectado sus metas, que se convierten en su prisión. Con los muy jóvenes, lo más importante es ayudarles a que ellos mismos se liberen de presiones y problemas psicológicos. Actualmente, a los muy jóvenes se les enseña complicados problemas intelectuales; sus estudios se vuelven más y más técnicos; se les provee de más y más información abstracta; múltiples formas de conocimiento se imponen a sus cerebros condicionándolos de ese modo desde la infancia misma. Mientras que lo que a nosotros nos interesa es ayudar a los muy jóvenes a no tener problemas psicológicos, a estar libres de temor, ansiedad, crueldad, a que sean solícitos, a que tengan generosidad y afecto. Esto es mucho más importante que la imposición de conocimientos a sus jóvenes mentes. Lo cual no significa que el niño no deba aprender a leer, a escribir, etcétera, pero el acento ha de ser puesto en la libertad psicológica en lugar de ponerlo en la adquisición de conocimientos, aunque estos sean necesarios. Esta libertad no significa que el niño haga lo que le plazca, sino que implica ayudarle a que comprenda la naturaleza de sus reacciones, de sus deseos.

 

Esto requiere muchísima claridad de discernimiento por parte del maestro. Después de todo, usted quiere que el estudiante sea un ser humano completo sin ninguna clase de problemas psicológicos; de lo contrario, él dará un mal uso a cualquier conocimiento que se le imparta. Nuestra educación actual consiste en vivir dentro de lo conocido y, de ese modo, ser un esclavo del pasado con todas sus tradiciones, recuerdos, experiencias. Nuestra vida es de lo conocido a lo conocido, y así jamás estamos libres de lo conocido. Si uno vive constantemente en lo conocido, no existe nada nuevo, nada original, nada que no esté contaminado por el pensamiento. El pensamiento es lo conocido. Si nuestra educación es la constante acumulación de lo conocido, entonces nuestras mentes y corazones se vuelven mecánicos sin esa inmensa vitalidad de lo desconocido. Lo que tiene continuidad es conocimiento y es perpetuamente limitado. Y lo que es limitado debe crear problemas perpetuamente. El cese de la continuidad - la continuidad es tiempo - es el florecimiento de lo intemporal.

 

JIDDU CRISHNAMURTI

Fuente: La Iluminacion Espiritual