Sentirse en
paz o equilibrado no consiste en pretender no sentir nunca emociones y
sentimientos de esos que nuestra mente califica como “negativos” (ira,
tristeza, desánimo, dolor, etc.) y estar siempre al son de los estados que
calificamos de “positivos”. Todo forma parte de nuestra condición de seres
humanos aquí y ahora. La cuestión es ser conscientes de lo que estamos
sintiendo y por qué y no quedarnos atrapados en ninguno de ellos
convirtiéndolos en patológicos y haciendo que pierdan su función básica. Ya lo
expliqué en algún post anterior en el que hablaba de las funciones de cada
emoción. Tampoco la felicidad implica que uno tenga que estar 24 horas con la
sonrisa en la boca. Permitámonos sentir, experimentar, fluir. Dejemos de
encorsetarnos en el “cómo deberíamos” ser. Negar nuestra condición humana es
estar en contra de nosotros mismos; no aceptar nuestra totalidad como seres
humanos y divinos. Pensar en positivo es una actitud fantástica ante la vida,
pero obviamente si a uno le dan una mala noticia que implica por ejemplo, una
pérdida (ya sea de salud, de un ser querido, etc.), sentirá dolor y aflicción y
tendrá que pasar un duelo. Es lo sano y natural. Lo contrario no es signo de
ser un ser más espiritual o elevado a diferencia de lo que muchos creen, sino
que se convertiría en un duelo enquistado que más adelante se volverá a
presentar de alguna forma u otra. Una vez aceptada la situación, uno podrá
trabajar en pos de encontrar el lado de aprendizaje, aprovechando así lo
acontecido, pero ni ser positivo consiste sólo en estar contento ni estar en
paz se traduce en ser imperturbable. El dolor también forma parte de este gran
juego que es la vida y tratar de negar esto nos conducirá a la frustración y a
pensar que estamos haciendo algo mal. Para mí esto no es cierto. No podemos
tratar de controlar todo lo que nos pasa en este camino. El Universo tiene
leyes que a nuestra pequeña mente le cuesta entender, pero tratar de adoptar
una filosofía positiva, hacer trabajos de crecimiento personal o incluso
desarrollar nuestra parte espiritual no ha de ser un medio para un fin, es
decir, no ha de suponer un modo de tratar de controlar todo lo que nos sucede,
sino simplemente una manera de despertar a un camino de autodescubrimiento que
nos hará sentir reconectados y más en paz; que nos hará comprender las cosas
desde otro punto de vista y probablemente nos ayudará a entrar en la aceptación
de lo que es mucho más rápida y eficazmente de lo que entraríamos si fuésemos
personas que han perdido todo el contacto consigo mismos, que tengan una
actitud pesimista y melancólica. Pero repito, esto no implica necesariamente
que nunca más nos vaya a suceder algo que en el momento percibamos como
“negativo”, ni tampoco que no podamos o no debamos sentir dolor o tristeza
cuando toca. No somos máquinas. La vida está llena de imprevistos porque sólo
el cambio es permanente.
Soy
consciente de que he mezclado muchos conceptos e historias importantes y
diferentes (pensamiento positivo, espiritualidad, crecimiento personal, etc.)
que bien merecerían atención por separado, explicando bien las inclusiones y
distinciones de cada una de ellas, pero eso ya sería materia de otra entrada,
ya que no era eso lo que quería expresar en esta. Los extremos son poco sanos
se trate de la forma de vida de que se trate y a través de ellos podemos
convertir la más sana de las filosofías en una trampa que nos hará vivir en una
ilusión en lugar de ayudarnos a vivir nuestra realidad de la forma más
equilibrada, que seguramente sería su función original.
Por
supuesto, este es sólo mi sentir y no es mi intención convencer a nadie de
nada. Toma este escrito sólo si te resuena. No existen las verdades absolutas y
lo importante es siempre lo que signifique para cada uno.
Es
maravilloso comprender y saber que tenemos una parte divina, pero no por ello
hemos de rechazar lo humano que hay en nosotros aquí y ahora. Te invito a que
descubras , aceptes e integres tu totalidad…¿te apuntas?
Raquel
García García